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sábado, 17 de junio de 2017

Nos han enseñado mal la historia V

Ciudad Adentro

LAURA CASTRO GOLARTE (lauracastro05@gmail.com)

Ahora sí, esta es la quinta y última parte. Es un texto que me sirvió también para hacer catarsis y que resume reflexiones con respecto a lo aprendido, algo de lo aprendido; y nuestra realidad ahora marcada por un contexto electoral que no es nuevo lamentablemente, de hecho, es peor. Me preocupa la naturalidad y resignación con la que algunas personas reconocen que en el Estado de México, fue una elección de Estado y se quedan tan campantes. Me escandaliza el descaro de la compra de votos y de la manipulación mediática; la única esperanza está agarrada de aquel espíritu público al que me he referido. Sigo y concluyo:
El sentimiento nacionalista, el espíritu público que nació con fuerza y dio vida a México, fue aplacado pronto, aplastado y desconocido; aunque no en el primer intento. Es tan fuerte que todavía resurge y atemoriza. Entonces vuelve a ser sometido por el desdén y la impotencia; muchas veces es reprimido con violencia y más frecuentemente de lo que quisiéramos muchos, es cooptado por quienes tienen poder para maicear, los caciques de feudos pequeños, medianos, grandes y extra-grandes que logran que talentos extraordinarios claudiquen y caigan en el juego de la deshonestidad y la desvergüenza. Lamentablemente, universidades públicas son un ejemplo.
Todavía hace unos pocos años, a fines del siglo XX, vinieron historiadores a decir que no tuvimos conciencia de nación sino hasta muy tarde. Que salvo las élites ilustradas, lo demás eran poblaciones en donde campeaba la inconsciencia. Ni sentido de nación, ni percepción de la extensión del territorio, ni orgullo, ni casta, ni espíritu público.
Nos han enseñado mal la historia.
Nos han contado relatos de héroes y villanos; la historia de una raza de bronce en realidad débil y sumisa y nos han dicho que por eso estamos así, que por eso todas las desgracias actuales las merecemos; que no exigimos lo suficiente; que nos conformamos con una despensa para votar por el peor; y que en esencia somos corruptos, que a las primeras de cambio sale de lo más profundo de nuestro ser el indio taimado y ladino que todos llevamos dentro. No es así.
Nos han enseñado mal la historia.
Con maestría y paciencia, nos han cortado con la misma tijera y todos los mexicanos de todos los tiempos quedamos reducidos a una masa ignorante, pobre, abusiva y abusada; una multitud que busca el “sueño americano”, que se solaza con la música de mal y peor gusto, que no lee y vota por el candidato “más guapo”. No somos así, no todos somos así, ni siquiera la mayoría.
Nos han contado mal la historia.
A estas alturas, con un programa bien diseñado de mala educación y pobreza extrema convenientemente mantenida; con televisoras que ofrecen producciones para la enajenación, la manipulación y la violencia, para fomentar la frustración y llenar este país de wannabes, la sociedad mexicana tiene hoy menos margen de maniobra y la clase en el poder se sirve con la cuchara grande.
Les ha funcionado enseñarnos mal la historia para actuar a sus anchas, para venerar al dios de la corrupción, honrar las bajezas, enorgullecerse por la falta de escrúpulos y por los abusos infringidos a una sociedad noble, trabajadora, aguantadora, leal, pacífica, sometida a través de la ignorancia y capaz de perder dignidad y orgullo para llevar de comer a sus hijos.
No siempre fue así. Urge ahora difundir esa parte de orgullo y decencia que priva en todos y que se ha manifestado a lo largo de nuestra historia, con irregularidad, inconstancia y diversidad en las intensidades sí, pero que puede ser el clavo ardiente que nos salve, el punto de reencuentro, recuperación, restitución, reconstrucción y auto-reconocimiento con la carga de identidad que incluye; volver a los tiempos cuando la dignidad y el honor eran costumbre (Elena Hernández dixit); aquellas épocas en las que salimos en defensa del objeto de nuestras lealtades porque creíamos en eso y éramos capaces de dar la vida por la patria, el territorio donde nacieron y crecieron los hijos y sus hijos y sus nietos, generaciones de mexicanos herederos de grandeza, sabiduría, honestidad, entereza, determinación, creatividad, ciencia, arte, intelecto, filosofía de vida, solidaridad, amor por la naturaleza, respeto por los ancestros…
Hay honor y orgullo en nuestra historia; dignidad y conciencia; cultura, raíces profundas y significativas. Alimento para el espíritu público y la unidad nacional.
Realmente Fernando VII nos hizo un gran favor al insistir en pacificar y reconquistar; también el autoritarismo y los abusos de José de Gálvez ayudaron y todos los que rechazaron lo americano: Buffon, Pauwn, Raynal y Robertson. Antes ellos, ahora Peña y todos los partidos y Trump… Es quizá nuestra forma de surgir de las cenizas. Sueño eso.

Columna publicada en El Informador el sábado 10 de junio de 2017.



domingo, 4 de junio de 2017

Nos han enseñado mal la historia IV

Ciudad Adentro

LAURA CASTRO GOLARTE (lauracastro05@gmail.com)

Hoy presento la penúltima entrega del texto que da título a la columna. La afirmación no es de forma, sino de fondo; y realmente la forma no es la ideal, pero ese es otro tema. Esta idea de que nos han enseñado mal la historia surgió a raíz de la lectura y análisis de muchos libros y artículos, de fuentes primarias y descubrimientos que me han llevado a comprender cuestiones que nunca había entendido, que antes no había considerado; que desconocía; o las daba por buenas o de plano, no las advertí. Esta certeza me ha llevado a querer conocer más, a profundizar; ojalá, a partir de este texto, el lector sienta lo mismo, vale la pena.
Antes de dar pie a la cuarta parte del texto (creí que con cuatro bastaría pero no, habrá una quinta), simplemente quiero decir, y es un deseo, que ojalá los electores en el Estado de México sobre todo, pero también los de los demás estados en donde habrá elecciones, no voten con miedo, el miedo es la principal herramienta, la principal arma de las clases en el poder para someter a la población. Cuidado con eso.
Va la cuarta parte:
Todos los intentos fueron vanos e infructuosos (me refiero a los intentos de reconquista de Fernando VII), desgastantes, pero sirvieron para que en México surgiera, mucho antes de la amenaza e invasión estadounidense, una conciencia de nación sólida y convencida; lo que en la época se conocía como espíritu público, por el orgullo de ser mexicanos.
Después de consultar los periódicos y las hojas sueltas de la época, confirmo que los intentos de reconquista lograron la unidad nacional de los mexicanos por México, un efecto francamente perverso para Fernando VII. Y existía esa conciencia. Me referí al principio a un texto de Vicente Guerrero, cabe aquí incluir esos párrafos que me maravillaron (respeté la escritura de la época):
¡Mejicanos! debo deciros que el solo evento que nos faltaba para solidar nuestra independencia y dar estabilidad á las instituciones republicanas, era precisamente la irrupción de esos bandidos. Su ruina hará para siempre indestructible la libertad mejicana y el influjo incontrastable de esta deidad de los hombres, seguirá los restos fugitivos de los malvados hasta Cuba y Puertorico, cuyos naturales abatidos tendrán la oportunidad de levantar un brazo vengador contra sus implacables opresores.
Por lo que toca á nuestro país, primero se verá inundado en la heroica sangre de sus hijos que sujeto á la arbitrariedad de tan odiosos extranjeros. Los mejicanos estamos profundamente afectados por el oprobio de la esclavitud, para resignarnos á arrastrar sus detestables cadenas.
Nos han enseñado mal la historia. Mal, para que no tengamos conciencia de nuestra grandeza, de nuestra valentía, de nuestro valor.
Nos dicen flojos, transas y corruptos, ignorantes y acomplejados, que siempre estamos deseando ser como otros, tener una nacionalidad distinta, pertenecer a otro país. Nos han dicho que nuestra historia está plagada de traiciones y que las élites en el poder a lo largo de la historia sólo han querido eso: poder y dinero. Es tentador y hoy es cierto, pero no siempre ha sido así.
Nos han enseñado mal la historia.
Con vara en mano nos han inculcado el odio contra nosotros y contra los otros. Hemos aprendido a odiar. Y cuando estas ideas ficticias estaban ya bien arraigadas en la sique, vinieron los intelectuales y hasta uno que ganó después el Premio Nobel para decirnos que somos lo peor… Y lo hemos creído. De pronto nos atacan los sentimientos de culpa y hemos ido por la vida y por los siglos cargando remordimientos. Criticándonos y cuestionándonos como pueblo, como sociedad.
Deliberadamente nos han ocultado nuestra grandeza, nuestra fuerza, nuestro poder como pueblo creativo y trabajador, noble y alegre. Nos han dicho que tenemos el gobierno que merecemos y no es así; ni los gobernantes son reflejo de la sociedad.
Y nos han dividido. Entre indígenas y españoles, la gran masa de mestizos que somos no se reconcilia con las raíces, con las ramas primeras del gran árbol de la vida bajo cuya sombra somos, crecemos y pertenecemos; ni con los que agregaron genes, apellidos, costumbres, idiosincrasia y lengua.
Nos han enseñado mal la historia.
El sentimiento nacionalista, el espíritu público que nació con fuerza y dio vida a México, fue aplacado pronto, aplastado y desconocido; aunque no en el primer intento. Es tan fuerte que todavía resurge y atemoriza.
Nos han enseñado mal la historia.

Columna publicada en El Informador el sábado 3 de junio de 2017.

sábado, 27 de mayo de 2017

Nos han enseñado mal la historia III

Ciudad Adentro

LAURA CASTRO GOLARTE (lauracastro05@gmail.com)

Nos han enseñado mal la historia III

Antes de dar pie a la tercera entrega quiero agradecer los correos que he recibido de varios lectores, creo que como nunca antes sobre ningún otro tema había recibido tanta retroalimentación. Con esto reconfirmo lo que para mí es una certeza desde hace años: hay conocimiento e interés generalizado por la Historia de México. Por mi parte puedo decir que es apasionante y no me cansaré de agradecer al periodismo que desde mis inicios, por allá en 1983, me acercó a historiadores fundamentales. Quién diría que mucho tiempo después terminaría atrapada por la historia, gracias por enseñarme a amarla: Alfonso de Alba, José María Muriá y Angélica Peregrina, y a través de ellos, Luis González y González, Miguel León Portilla y Enrique Florescano. Son muchos más considerando ahora a mis profesores y tutores, pero a ellos los mencionaré la próxima semana, historiadores, profesores de historia, maestros de maestros cuya labor poco es reconocida pero es grande y trascendente. Va la tercera parte:
Después de los Tratados de Córdova en donde se proponía una solución similar a la de Portugal y Brasil; y de alguna manera congruente con lo que había propuesto el Conde de Aranda y más tarde Lucas Alamán, diputado en las Cortes de Madrid, de que México, Perú y Tierra Firme fueran reinos con monarcas de la Casa de los Borbones (autónomos pero integrados al imperio español), tuvo lugar la primera noticia de la resistencia a perder los dominios en los que no se ponía el sol: la toma de San Juan de Ulúa por el último contingente de militares españoles a dos meses escasos de la entrada triunfal del Ejército Trigarante a la Ciudad de México. No fue fácil lograr que capitularan. Sucedió al cabo de cuatro años y decenas de presos y muertos, mercado negro y el deterioro del puerto de Veracruz, el más importante en el golfo. De noviembre de 1821 a noviembre de 1825 el fuerte de San Juan de Ulúa, un sitio estratégico en materia comercial y militar, estuvo en posesión del ejército español que recibía pertrechos y refuerzos desde La Habana; y casi al final del lapso, en 1824, circuló en México otra encíclica: Etsi iam diu. La emitió el sucesor de Pío VII, León XII, para pedir a obispos y arzobispos americanos que hablaran con la feligresía y lograran desterrar a herejes y revoltosos, que reconocieran al gran rey católico Fernando VII y todo volviera a la normalidad previa a 1808.
San Juan de Ulúa, siglo XIX. Fuente: Galería Manuel Doblado-INEHRM.
El rechazo fue brutal, se justificaba al papa pero no al rey. Empezó a considerarse la posibilidad de emitir una ley de expulsión de españoles, pero cuando las reacciones a la encíclica, en México se fraguaba la república federal y no precisamente en términos de paz y armonía. Las resistencias eran fuertes.
Falló la carta papal y aumentaron las conspiraciones, las reales y las imaginadas. Después de la capitulación de los españoles en San Juan de Ulúa, la desconfianza era grande y se llegó a proponer trabajar por la independencia de Cuba o por dominarla, para quitarle a España ese punto de apoyo. Por lo pronto, Guadalupe Victoria reforzó la presencia militar en Yucatán.
Sostiene Harold Sims, el autor de La Reconquista de México. La historia de los atentados españoles, 1821-1830, que un gran error que impidió que España reconociera pronto a México como país independiente, y que, por ende, el rey no cejara en sus intentos de  reconquista, fue la mala representación diplomática de México en Europa derivada de la lucha encarnizada entre yorkinos y escoceses o, lo que es lo mismo, entre liberales y conservadores o entre federalistas y centralistas.
Una conspiración efímera, aparentemente inocua y de un solo hombre, el padre Joaquín Arenas en 1827, fue la causa de que, por fin, se emitiera una ley de expulsión; de que las divisiones entre yorkinos y escoceses se acentuara (se acusaron mutuamente de la conspiración), lo mismo que el odio contra los gachupines, pero al mismo tiempo ofreció información a españoles expulsos e informantes del rey, de que las élites políticas en México estaban enfrentadas a muerte, literal, y que sería fácil recuperar “el reyno rebelde de la Nueva España”, los dominios más vastos e interesantes de las antiguas posesiones americanas.
Fue así que en 1829 se emprendió la última expedición de reconquista. Duró más o menos dos meses, terminó con las amenazas españolas, elevó por las nubes a Antonio López de Santa Anna y reconfirmó, una vez más, la determinación de México y los mexicanos por permanecer libres e independientes.


Columna publicada en El Informador el sábado 27 de mayo de 2017.

jueves, 25 de mayo de 2017

Nos han enseñado mal la historia II

Ciudad Adentro

LAURA CASTRO GOLARTE (lauracastro05@gmail.com)

Continúo con la segunda parte del texto que anuncié desde el sábado pasado. El primer párrafo se refiere a algunas de las medidas contenidas en las reformas borbónicas que se aplicaron a rajatabla en las colonias españolas a mediados del siglo XVIII y que, estoy convencida, fueron una de las muchas causas de la independencia, décadas después. Va.
Alcabalas, reclutamiento de milicianos con lujo de violencia y represión contra los que se resistieran, la expulsión de los jesuitas y otras medidas contra la Iglesia católica y el desplazamiento de criollos de puestos en la burocracia virreinal para privilegiar a peninsulares, fueron cuatro de las principales decisiones reales que removieron las lealtades en América. Los intereses regionales eran fuertes. Patrimonios construidos y acrecentados, heredados por generaciones y generaciones en tres siglos, no eran poca cosa; no había lealtad real que pudiera prevalecer, mucho menos si era desdeñada, menospreciada.
Preso en Francia y en medio de una relación pésima con su padre (Carlos IV), Fernando VII regresó a España seis años después de la crisis de 1808 y, según las descripciones, estaba molesto por el rechazo de sus súbditos a Napoleón así que de un plumazo desconoció la Constitución de Cádiz, rechazó las corrientes liberales al punto del odio y reinstaló el absolutismo con la convicción de que seguía gozando del amor de sus vasallos; por eso también subestimó las revueltas en sus posesiones ultramarinas, una punta de provincias disidentes que volverían al redil. Se equivocó. Historiadores de la segunda mitad del siglo XIX lo juzgan con una dureza directamente proporcional al imperio que en 14 años dejó perder. Abyecto y traidor son algunos de los epítetos que le endilgan al que una vez fue el más deseado.

Fernando VII, autor: Viente López Portaña. Fuente: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.
Fernando VII le restó valor a los movimientos en sus dominios pero eso no quiere decir que no urdiera acciones para pacificar a las dos Américas, la meridional y la septentrional. A través de sus representantes diplomáticos en el Vaticano y en un marco europeo de alianzas a favor del absolutismo, consiguió primero una encíclica de Pío VII en 1816, a un año prácticamente de la ejecución de Morelos y de un estado de ánimo más bien deprimido y desalentado en casi todo el continente sobre el sueño que ya se acariciaba, de separarse de España. Los ejércitos realistas triunfaban y todo parecía indicar que sí, que las revueltas serían sofocadas.
Los acontecimientos siguieron otro derrotero. En contextos compartidos en diferentes puntos de la geografía, al mismo tiempo que se emitía y circulaba en América con atraso la encíclica de Pío VII, Etsi longgisimo terrarum y Fernando VII y las autoridades virreinales en Nueva España pensaban que todo volvía a la normalidad, Xavier Mina se embarcaba en una empresa que reavivaría la guerra, ahora sí de Independencia. Cuando tocó tierras mexicanas el panorama era desesperanzador, pero se removieron sueños que se creían dormidos y enterrados junto con el cadáver del Siervo de la Nación.
Mientras tanto, en España los liberales se negaban a morir y trabajaban con denuedo para que Fernando VII reconociera la Constitución de Cádiz. Lo lograron en 1820 e inició lo que se conoce como Trienio Liberal. Terminó con eso el Sexenio absolutista, aunque faltaba aún la Década ominosa. Es en estos tres momentos que en España tienen títulos tan precisos e identificables, que Fernando VII intenta reconquistar primero México y después el resto de sus posesiones. Estos propósitos, sin embargo, no hicieron más que reconfirmar la determinación de los mexicanos de mantenerse libres e independientes. Vicente Guerrero lo escribió así, con puntos y comas.
Durante el Trienio Liberal, para rematar, en México se consumó la Independencia y se pasó del imperio de Iturbide a la primera República federal. El odio contra los gachupines se había alimentado de manera intensiva y progresiva desde 1808: primero, los peninsulares rechazaron la participación de criollos en Europa contra la invasión francesa, cuando pocos años antes habían sido llevados a la fuerza; segundo: habían sido desplazados por españoles peninsulares en los principales puestos burocráticos del virreinato, incluso en el clero católico americano; tercero: los gachupines negaron una representación proporcional al número de habitantes y extensión territorial en las juntas y en las cortes y, cuarto (para no ser exhaustiva), la extracción de materias primas y caudales de lo que franca y abiertamente los Borbones consideraban colonia, contra los intereses de las élites americanas, había repercutido en una transformación del proceso que de autonomista pero monárquico, pasó a separatista, independiente y republicano.

Columna publicada en El Informador el sábado 20 de mayo de 2017.

sábado, 13 de mayo de 2017

Nos han enseñado mal la historia I

Ciudad Adentro

LAURA CASTRO GOLARTE (lauracastro05@gmail.com)

El rey Fernando VII empeñó lo que le quedaba de vida en su propósito de reconquistar la Nueva España, ese reyno rebelde que no había sido posible pacificar desde que revoltosos y sediciosos se rebelaron contra los gachupines en 1810. Como decía mi abuela, los criollos ya tenían el hígado lleno de piedritas y ese rechazo a la vida, tan cándida y auténticamente ofrecida para salvar al monarca de los herejes franceses, fue el colmo. La lealtad se desmoronó.
Los criollos habían soportado las desventajas de no ser ni indígenas ni peninsulares a lo largo de tres siglos; entre las concesiones y el proteccionismo de que “gozaban” los indios y los privilegios de los europeos, los criollos debían conformarse con las migajas y, además de todo, aguantar las ofensas que desde el Viejo Continente de manera cíclica se proferían contra todo lo que fuera americano.
No había pasado mucho tiempo desde que Buffon (1747),  Pauw (1768), Raynal (1770) y Robertson (1777) escribieron que todo lo americano era degenerado y estaba corrompido; que los seres humanos y hasta los animales eran inferiores a los europeos; débiles, menos valerosos, de inteligencia escasa, menor estatura, sin vello, degradados en todos los signos de virilidad, impotentes y cobardes y que la naturaleza era menos fértil. Así.
Con todo, hay que agradecerles, porque esas ofensas motivaron las más airadas, documentadas y extraordinarias defensas de lo americano y la reconfirmación del patriotismo criollo. Se elaboraron estudios e investigaciones que concluían, como otros antes, que las civilizaciones americanas eran de una grandeza sólo equiparable a la de las culturas egipcia y grecorromana.



De México, Francisco Xavier Clavigero (1780) no fue el único ni el primero, pero quizá sí el más notable y difundido. Su Historia Antigua de México, manuscrita en español e impresa en italiano en las postrimerías del siglo XVIII, durante el destierro al que fue obligado por Carlos III, está catalogada hoy como la obra precursora de la nacionalidad mexicana.
Antes del jesuita, incluso antes de que se publicara la Historia de América del escocés Robertson, Antonio Joaquín de Rivadeneira y Barrientos, inspirado en las ideas y convicciones de Juan de Palafox, preparó y leyó un documento conocido como la Representación de 1771, para defender a los criollos de los embates ejecutados por el visitador José de Gálvez quien cumplió más allá de al pie de la letra la aplicación de las reformas borbónicas.
La lista de agravios seguía en aumento, dolor y rencor acumulados por siglos hicieron explosión en un periodo corto, muy corto si nos situamos en una perspectiva de 300 años. Eran tiempos de por sí convulsos, confusos. A la guerra de Siete Años que perdió España le siguió la invasión napoleónica, mientras en América las nuevas disposiciones generaban las más airadas protestas, motines y revueltas, no nada más en la Nueva España, también en Perú con la revolución de Túpac Amaru convenientemente acallada y censurada en su momento. El horno no estaba para bollos. Resistencia e inconformidad cubrían todos los territorios hispanoamericanos.
Quiero compartir en este espacio un texto que preparé para mis clases de doctorado en Historia. Las reflexiones, después del conocimiento de aquella época, me remiten a esta. En historiografía eso se conoce como presentismo y no está mal, rechazar esa vertiente sería como aceptar que no soy de este mundo, ni de este país, ni de este tiempo. Los historiadores y, si me permiten (a riesgo de despertar polémica), los periodistas, somos seres históricos. Sé que Ryszard Kapuściński estaría de acuerdo. Así que, hasta aquí dejo la columna de hoy, pero no se la pierda porque a partir de ahora serán cuatro entregas en total, faltan tres. De entrada, lo invito a la reflexión que motiva esta afirmación: Nos han enseñado mal la historia. Y en general lo sabemos, y conocemos algún episodio o dos; algún que otro mito… Trato de ir un poco más allá. Sí creo que nos han enseñado mal la historia para que no tengamos conciencia de nuestra grandeza, de nuestra valentía, de nuestro valor.
No es un artículo, como por lo general lo hago, a propósito de alguna fecha emblemática, algún aniversario, son reflexiones a partir del conocimiento de nuestra historia de una forma mucho más profunda y ampliada. Surgió a raíz de darme cuenta de lo que nos han ocultado y tergiversado; y de cómo han usado (las clases políticas en México a lo largo del tiempo) a la historia para llevar agua a sus molinos.
La invitación es a leer sobre nuestra historia, de una postura y de otra, a quienes usan unas fuentes y otras; a los desconocidos, a muchos historiadores extranjeros que al escribir al margen de las dinámicas internas nos ofrecen información mucho más precisa y en muchos casos, más creíble. Por lo pronto, les recomiendo Orbe indiano de David Brading, pero ya. Y seguimos la próxima semana porque… nos han enseñado mal la historia.

Columna publicada en El Informador el sábado 13 de mayo de 2017.


Crónica sincrónica

México: un tiempo nuevo     Laura Castro Golarte     El aguacero estaba a punto. Amenazó todo el día y los charcos en las esqu...