Ciudad Adentro
Desde hace
varios meses, sobre todo a partir del nuevo conocimiento que he adquirido sobre
nuestra historia, una idea me da vueltas en la cabeza y pienso que se puede
aplicar prácticamente en todo: es urgente que como sociedad rompamos patrones.
No sé, seguramente está en nuestra condición de seres humanos la proclividad a
fabricar modelos y rutinas para apegarnos ciegamente en busca de algo de
seguridad, independientemente de que sean viciosos o perniciosas. Es lo que
aprendimos, es lo que hacemos y si no hay una fuerza externa que nos permita
darnos cuenta, por lo menos estar conscientes, seguiremos así toda la vida.
Lo pienso ahora
a partir de la ola de violencia en la zona metropolitana de Guadalajara, de las
declaraciones y promesas de los funcionarios responsables en turno de que en un
mes se reducirá la inseguridad (¿por qué hasta ahora? ¿por qué hasta que se
llega a niveles extremos?) y de las cifras apenas dadas a conocer ayer en esta
Casa editorial, de lo mal que andamos no sólo en la cantidad de policías por
cada 300 mil habitantes según los estándares internacionales, sino en sus
condiciones de trabajo empezando por el sueldo.
En esta materia
que se viene planteando como problema, como pendiente en la agenda pública
desde hace décadas, es fundamental y urgente que se rompan patrones. Imposible
empezar de cero, aunque a veces, muchas veces, necesitamos pensar que lo
utópico puede ser posible para salir por lo menos de rezagos y retrocesos.
Lo que se
expone, una vez más, como problemas en las corporaciones policiacas del Estado
y de los municipios es lo de siempre. Y se regresa al tema por la ola de
violencia que las autoridades no tienen empacho en achacar al crimen
organizado, a pleitos entre bandas, ajustes de cuentas y cuestiones por el
estilo, como para justificar sus omisiones y sus ineficiencias.
Dicho así, el
mensaje es que la autoridad es incapaz o no quiere combatir al crimen
organizado; es como si aceptaran que así es y así será por siempre y para
siempre y que no queda otra que convertirnos en espectadores impotentes y, peor,
en víctimas.
Ahora, los
responsables de la seguridad en Jalisco y en la zona metropolitana ¿no saben lo
que pasa? ¿No se supone que se les paga para que elijan a los mejores elementos
y por lo menos estén informados de la realidad en las calles? ¿O cómo es
posible que a raíz de una ola de violencia —que no quieren reconocer por cierto
ni del Estado ni de la ciudad de Guadalajara— se prometa que en un mes se
reducirá la inseguridad? ¿Tiene que haber olas de violencia para que ellos se
decidan a tomar medidas, para que se pongan a trabajar?
Tal vez lo único
que quieren es pasar como sea tres o seis años en sus respectivos cargos, nadar
de muertitos, echarle la culpa a otros, cosechar cheques en blanco y pedir por
el beneficio de la duda, al cabo hay peores, y mantenerse en el poder confiados
en eso, en que son tuertos en una tierra de ciegos.
Es lo que ha
pasado con la clase política, a ninguno le conviene entrar a fondo (¿o será que
no pueden? ¿que el sistema está tan pervertido, podrido y corrompido que no hay
manera?) y se van acumulando rezagos hasta que empezamos a retroceder y nos
arrastran por su ineficiencia y su corrupción, porque terminan bajando la
guardia o de plano son cooptados por el mazacote de porquería que es el sistema
político mexicano.
Ya nos habían
prometido otros, hace años, que se combatiría la inseguridad. Hasta una guerra
hubo contra el narcotráfico y el crimen organizado con miles de muertos y
desaparecidos y se inició una escalada que persiste hasta estos días; y luego
están los compromisos locales. ¿Y? ¿En dónde están los resultados? Mandos
únicos, estrategias y programas rimbombantes; reformas van y vienen,
alternancia, promesas y más promesas. ¿Y? En lugar de mejorar, empeoramos y la
situación se consolida en su calidad de insostenible.
Urge romper
patrones. Es claro que las formas y los modos que se repiten y repiten sexenio
tras sexenio; trienio tras trienio, no están funcionando. Es preciso emprender
una purga, una limpieza a fondo y empezar sobre nuevas bases ¿no estamos acaso
entre las 20 naciones más poderosas del planeta? ¿No se supone que estar ahí
quiere decir que somos un país mucho más rico que otros? Esto por el discursito
de que no hay recursos para pagar mejor a los policías e inhibir con ello la
corrupción. Conformarse, simular, ser omisos y negligentes en el ejercicio de
gobierno, son patrones que se han reproducido a lo largo de décadas ¿quién dijo
yo?
Columna publicada en El Informador el sábado 15 de julio de 2017.