Ciudad Adentro
Hace por lo
menos 20 años, fines del siglo XX, desde la sociedad civil y el periodismo
crítico y de investigación, se empezó a vigilar y a cuestionar a los servidores
públicos. Antes de que la alternancia fuera una realidad en México, la
oposición de desgañitaba contra los abusos del PRI pero no pasaba nada. Y a
través de medios de comunicación los “periodicazos” se fueron incrementando con
repercusiones favorables en cuanto a la toma de decisiones o solución de las
irregularidades que se exponían; se cortaban cabezas por lo general.
Así, cada vez
más leíamos, veíamos y escuchábamos información relacionada con los sueldos y
los gastos de la clase política, particularmente cuando los montos empezaron a
crecer exponencialmente con el argumento (dizque) de que de esa manera se
combatiría la corrupción (ajá).
A partir de los
primeros señalamientos con respecto al mal manejo de los recursos públicos,
ante las exigencias ciudadanas y la exposición constante en medios de
comunicación, se tomaron medidas para contener los abusos como aquella comisión
salarial en la que se determinarían los ingresos de los funcionarios públicos y
que a la hora de la hora no sirvió de nada.
También se
hicieron reglamentos y propuestas para frenar la escalada de gastos, sobre todo
en el Legislativo, aunque por supuesto los ingresos y gastos de titulares del
Ejecutivo e integrantes del Poder Judicial nos han escandalizado e indignado y
hasta la fecha.
Pues bien, todo
parece indicar que ninguna de las medidas, de los mea culpa, de los reglamentos y propuestas han servido para algo.
Los legisladores, para no ir muy lejos, se siguen sirviendo con la cuchara
grande, y bien, rebosante y varias veces.
El reportaje que
se publicó ayer en El Informador es
elocuente y nos confirma que los políticos no han hecho más que prometer, hacer
como que la virgen les habla (para decirlo bonito) y desdeñar olímpicamente por
no decir pasarse por el Arco del Triunfo, las demandas ciudadanas y de la
sociedad civil organizada así como las normas que ellos mismos han diseñado
para amarrarse las manos.
No podría creer
en ningún integrante de la clase política, de la actual legislatura específicamente,
alguna promesa o compromiso tendiente a corregir los vicios y la proclividad a hacer mal uso de los impuestos
que todos pagamos y que además debemos pagar con gusto y contentos porque luego
nos echan en cara que nosotros no cumplimos y si no cumplimos con qué cara
vamos a exigir ¿Y sobre la falta de cumplimiento de los servidores públicos?
¿Sobre la rendición de protesta en la que juran cumplir y hacer cumplir la
constitución y todas las leyes que de ella emanan? ¿Y sobre la sumisión al mandato
popular si acaso no lo hicieren? Todo eso es letra muerta no hay honor, ni el
más leve asomo de vergüenza, de conciencia social y de amor por la patria chica
y la grande.
Es escandaloso
lo que gastan, es indignante que tomen dinero de lo que pagamos los
contribuyentes para ellos comer muy bien e invitar a sus cuates, contratar
seguros de gastos médicos, recibir un aguinaldo de 50 días, más viáticos cuando
viajan dentro y fuera del país, gasolina, traslados, los sueldos y prestaciones
de 17 empleados por diputado y una bolsa anual para el manejo de comités y
comisiones, que para eso sí son muy buenos, para crearlas y obtener los
presupuestos correspondientes. Ah, los famosos lonches también.
Cuando se trata
de recortar estos gastos, de poner orden real y de vigilar cada centavo, los
legisladores de todos los partidos se unen, se convierten en uno, como los
mosqueteros, defienden, casi literal, a capa y espada sus jugosas prestaciones,
sus prebendas y privilegios. Nunca han tenido éxito propuestas golondrinas para
reducir sueldos, bonos y todo lo demás que conocemos de sobra y nos enardece
por los abusos y por el contraste con la realidad paupérrima de la mayoría de
mexicanos.
Cualquiera
podría contestar la pregunta que encabeza esta columna. No, no hay remedio ni
esperanzas de que lo haya. La desfachatez y el cinismo de la clase política los
alcanza a todos y los abusos seguirán quién sabe hasta cuándo… sin remedio.
Columna publicada en El Informador el sábado 8 de julio de 2017.