Ciudad Adentro
Si la lucha por
el poder político en México tuviera como motivación el servicio público, la
definición democrática y la puesta en marcha de un proyecto de nación emanado
de nuestra historia, de nuestra realidad y de nuestras aspiraciones,
consensuado y progresivo, seguramente no seríamos espectadores del teatro de
las falsedades, de las vanidades y del ridículo como sucede justo hoy y ayer y
seguramente, mañana.
Los tres grandes
partidos que han llegado al poder y que han sido y son gobierno, son una
muestra fehaciente de que lo que menos les importa, pese a los mandatos
constitucionales, es operar como entidades de interés público y actuar en
consecuencia. Los otros, hasta ahora, los que prácticamente no han sido
gobierno (y me refiero al poder ejecutivo), sobreviven gracias a que se han
colgado de los grandes para financiarse de recursos públicos y, obviamente,
para los grandes son útiles; acuerdos no escritos de mutua conveniencia muy,
pero muy alejada de lo que debería ser y de lo que en México se requiere.
Otro sería el
escenario si los partidos y sus militantes funcionaran bajo la lógica del
servicio, la de sacar al país adelante, la de superar rezagos, la de trabajar
para recuperar el tiempo perdido en materia de salud, educación, vivienda,
infraestructura, empleo; y también si los propósitos incluyeran el impulso de
un proyecto de nación que tenga cabida para las mayorías. No es así, y lo
sabemos.
Ahora somos
testigos de un espectáculo que nos han impuesto gracias a la manipulación legal
que ejercen derivada del monopolio del poder y todos los partidos, ninguno se
salva, están enfrascados en las elecciones del año entrante con todos los
cálculos, omisiones y decisiones que esto implica, todas por lo general en
detrimento de la sociedad que los mantiene.
En las últimas
semanas he escuchado cuestiones aparentemente tan simples como que se apresuren
trámites este año porque en 2018 “todo mundo” estaré en campaña, tratando de
acomodarse de un lado o de otro; de no perder el hueso o la plaza; pensando (y
rogando) en elegir bien para no equivocarse, para no “moverse” porque si no, no
salen en la foto; o para moverse si es lo que demanda la clase política de hoy,
dependiendo de para dónde y con quién.
Estamos ya en la
dinámica de cada seis años, se avecinan las elecciones “grandes”, las que
incluyen la presidencial y en este circo también participan los proveedores
electorales de cuanto material promocional. El negocio es redondo y las
ganancias pingües para quienes “se ponen vivos” o para quienes tienen conocidos
dentro del sistema político mexicano.
Creí muy
tímidamente, de hecho fue un pensamiento en verdad precario, que quizá en esta
ocasión podía ser diferente, pero no. Incluso me sorprenden muchos colegas que
ya están inmersos de plano en las
adivinanzas políticas, en los cálculos, en el análisis electoral y electorero,
que siguen líneas o no, pero que no hablan de otra cosa: que si la asamblea del
PRI, que si la del PAN o la del PRD, estos grandes parapetos en los que hasta
parecen de verdad, que hacen como que trabajan y cumplen con los mandatos
constitucionales y estatutarios. ¿O a qué suena el siguiente objetivo: promover entre la militancia una
participación plena, abierta y libre, así como una reflexión profunda sobre el
proyecto de nación al que aspira el partido? Si no tuviéramos la
experiencia que acumulamos en el modus
operandi de los partidos en México, pensaríamos que ese es el instituto
para votar por sus candidatos; un partido que toma en cuenta a su militancia de
entrada ya va de gane; no se diga si además habla de participación plena,
abierta ¡y libre! Y bueno, lo demás que el lector ya leyó. Seguramente con este
objetivo cualquier partido se sentiría aludido. Ya sabemos que sus idearios y
estatutos son perfectos, la cuestión es que a la hora de la práctica nada es
cierto y de todos modos nos llevan al baile, de todos modos la corrupción
campea, la descomposición de la clase política, la incongruencia entre decir y
hacer; las promesas incumplidas y todo.
Si como sociedad
civil no es posible, porque la frenan, emprender cambios reales y de fondo en
nuestro sistema de gobierno ¿para que el teatro? Eso ya nadie lo cree, quizá
ellos, que hasta parecen de verdad.
Columna publicada en El Informador el sábado 19 de agosto de 2017.