Ciudad Adentro
Esta semana fue
muy intensa y ojalá las repercusiones, los efectos y las consecuencias, para
bien o para mal, se sostengan hasta que lo bueno adquiera carta de residencia y
lo malo y lo peor se acabe o se castigue
o se corrija. Rara vez es así. Por lo general, la vida de los acontecimientos
en México y el mundo es proporcional al tiempo y los espacios que ocupan en los
medios de comunicación y ahora en las redes sociales.
Deseo que las
repercusiones de la Ley Kumamoto cundan y persistan, que sea ejemplo. Es un
primer gran éxito de un joven y su equipo que han apostado no sólo por llevar
adelante iniciativas y temas opuestos a las agendas de los partidos, sino por
la participación ciudadana; y no quitan el dedo del renglón.
No hay manera de
desdeñar los requerimientos de Pedro Kumamoto (a través de redes sociales y de todos los medios posibles para hacernos
participar) quien además forma parte del grupo que recién convocó a
#LaOcupación, otro ejercicio alentador y que, yo creo, marca tendencia con
respecto a la forma en la que las generaciones que vienen empujando fuerte, se
enfrentarán a la clase política, desde el gobierno o desde la sociedad civil,
para hacerla trabajar.
Es fundamental
sumarse a estas iniciativas y creo que no será muy difícil convencer dados los
resultados, con todo y que llegaron al órgano máximo en materia de justicia, la
Suprema Corte: siete de once ministros declararon como constitucional la ley
conocida más popularmente como #SinVotoNoHayDinero y que representa en términos
llanos y prácticos, un ahorro superior a los 550 millones de pesos.
Este es un
ejemplo, el del triunfo parlamentario de Kumamoto por un lado y, por otro, el
de su humildad y sencillez, dos características que lo acercan a la gente y por
las que la gente se acerca a él; lejos de perder apoyo, lo gana. Esta conducta
debería ser emulada por otros, por los viejos y anquilosados, muy difícilmente;
pero por los “nuevos” aun cuando provengan de los partidos corruptos, con mayor razón. Lamentablemente no es así y,
como se dice en el rancho, la cabra
siempre tira al monte. Me refiero específicamente a Enrique Alfaro aun
cuando corro el riesgo de ser juzgada y condenada de inmediato. Los niveles de
intolerancia para quien manifiesta una opinión distinta a lo que se hace en
Guadalajara son altísimos: soberbia vil y vulgar, aires de grandeza y estas
ideas autoritarias (ya parece enfermedad de políticos) de que la gente votó por ellos (Emilio González
dixit) y saben cómo hacerlo (Ernesto Zedillo dixit).
La ratificación
de mandato, en los términos que se dio, resulta increíble. Un efecto positivo
sería actuar como si la mayoría de tapatíos hubiera votado por el NO, pero por
lo general se actúa en términos de “sobradismo” y prepotencia. Qué lástima. Se
pierden las oportunidades y los beneficios de la duda se agotan, se dilapidan.
Y las perores,
por un lado, los spots presidenciales
que son, otra vez, una burla para todos los mexicanos. Una actriz y activista,
Karina Gidi, lo expresó perfecto en su columna “Luces ciudadanas” que se
difunde a través de redes; persiste la simulación, la negligencia y la negación
de los problemas más dolorosos de México.
Y el asesinato
de un joven de 17 años de edad que a mi aún me tiene consternada. Fue para
robarle el celular; y el muchacho, quien era un estudiante ejemplar y vivía
gracias a becas y otros apoyos, defendió su posesión con la vida. ¿Cuándo va a
parar? ¿Cómo o cuándo cambiará el orden de cosas? Y mientras en las calles la
inseguridad campea, los políticos se disfrazan de demócratas tratan de
justificar sus malas decisiones y sus omisiones; presumen que son progresistas,
pero si hay oposición ciudadana la intolerancia —reitero— es inconmensurable,
desproporcionada y feroz, el juicio inmediato; y la oposición política real
aprovecha y lleva agua a su molino. Unos y otros celebran los errores de unos y
otros porque significan posibilidades de ganar las próximas elecciones y seguir
viviendo, por nada (salvo Kumamoto), del erario público. ¿Y nosotros qué? No
servimos más que de parapeto y somos buenos como paganos de todo, de sus
carreras políticas, de su corrupción, de sus ineficiencias y aires de grandeza…
la clase política mexicana corrupta, hipócrita y manipuladora nos tiene sumidos
en una crisis sin precedente. Y luego nos dicen que nosotros tenemos la culpa,
encima de todo tenemos que cargar con eso, cuando la participación ciudadana se
desdeña y el activismo se criminaliza; cuando voces activas, conscientes,
críticas y constantes son desoídas y acalladas.
Más peores que
buenas, pero algo es algo y, como Kumamoto, hay que insistir.
Columna publicada en El Informador el sábado 2 de septiembre de 2017.