Ciudad Adentro
Estamos a una
semana de que se termine el sexenio de Enrique Peña Nieto y es, con base en
datos concretos y mediciones demotécnicas, el peor presidente que ha tenido
México en su historia contemporánea; para la historia pero no para el orgullo,
ni para el honor, ni para la gloria.
Fue un sexenio
de imagen y ni siquiera bien conseguida. Y de simulación. A las primeras de
cambio se dejó en claro que serían seis años en los que el Revolucionario
Institucional retomaría sus costumbres y su modus
operandi: autoritarismo, corrupción, nepotismo, cinismo, privilegios,
prepotencia, en fin, lo que le conocemos a ese partido desde hace tantos años.
Esta realidad
que desde el poder sistemáticamente se niega, se materializó en el voto
multitudinario a favor de una opción política distinta. Esa manifestación
popular de alrededor de 30 millones de mexicanos ha seguido expresándose de
diversas maneras del mes de julio a la fecha, porque las malas decisiones, la
información sobre más actos de corrupción y las declaraciones mentirosas sobre
lo que en realidad ha sido el sexenio, han no sólo mantenido sino incrementado
el coraje y el resentimiento contra el Ejecutivo federal aún en funciones.
Para las
personas encuestadas por De Las Heras Demotecnia, 64 % no aprueba el trabajo
realizado por Peña y en esa misma proporción contestaron que lo consideran un
“mal presidente” más 12 % que respondió que fue “regular”.
A la pregunta
“¿Qué tanto cumplió Enrique Peña Nieto con sus promesas de campaña?” 90 %
respondió que cumplió algunas pero no todas (64) y que de plano no cumplió
ninguna de sus promesas de campaña (26). Estos mismos mexicanos encuestados
respondieron que la generación de empleos, la educación pública, el combate a
la pobreza, la economía nacional y el combate a la inseguridad, empeoraron.
¿Los porcentajes? De 54 a 81 % de las respuestas para concluir que ninguno de
esos aspectos mejoró realmente según la mayoría.
Esta percepción
contrasta como de la noche al día con las declaraciones del propio Peña y aquí
en Guadalajara, de que cumplió 97 % de sus compromisos y deja un mejor país,
mejor que hace seis años.
Durante su
sexenio hubo constantes incrementos pero en la delincuencia, en el número de
personas desaparecidas, en el número de
muertos, mexicanos asesinados en un marco de violencia e inseguridad;
feminicidios y otros hechos asociados con el crimen organizado por un lado, lo
peor claro está; pero también aumentaron los hechos delictivos producto de la
descomposición social, de resentimientos e insatisfacciones, desempleo o
empleos abusivos y mal pagados, más las pésimas condiciones de salud y
educación por ejemplo, pese a que a ambos rubros se destinan las mayores
partidas presupuestales.
Aumento la
desconfianza y la corrupción, la impunidad y las ineficiencias del Estado en
general, desde la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa hasta la
Casa Blanca y los casos relacionados con Odebrecht y la Estafa maestra. Se
suman a este recuento, los casos recientemente dados a conocer sobre presunta
corrupción y favoritismos para políticos o ¿será empresarios? que disfrutan de
inversiones y sus ganancias en Valle de Guadalupe, muy visionarios claro.
Esto se acaba y
es un gusto decirle adiós. Fue un sexenio, además, de atentados claros contra
la libertad de expresión, y de la “desaparición” simbólica y real de
comunicadores críticos; del gasto mil millonario en publicidad para dar una
imagen de lo que no es en medios de comunicación y de esa desesperante conducta
persistente de no reconocer los errores y corregir el rumbo.
Se acaba el
sexenio de las reformas “estructurales” que no fueron tales y dejaron problemas
en todos los ámbitos: energética con los precios más altos en gas y gasolina,
no sé hasta cuándo dolerá el gasolinazo; educativa que implicó más bien cambios
laborales en el magisterio, sin socialización y con la clara intención de
manipular para quitar del camino maestros incómodos por ser críticos y
opositores al sistema establecido; la fiscal que se dedica a ensañarse con los
causantes cautivos y a reducir los ingresos de los trabajadores; y la laboral
que extendió carta de legalización a esquemas de subcontratación que afectan las prestaciones y los derechos
de los trabajadores en general. Sólo desatinos y desastres. El peor sexenio en
toda la historia del país si pensamos en función de sexenios ¿o el segundo
peor? Para el caso, es lo mismo. Adiós.
Columna publicada en El Informador el sábado 24 de noviembre de 2018.