Ciudad adentro
LAURA CASTRO GOLARTE (lauracastro05@gmail.com)
Hace muchos años, cuando este país surgía como nación en
un proceso nada terso ni sencillo en la primera mitad del siglo XIX, los
ilustrados de entonces, es decir, personas que habían tenido acceso a la
educación gracias a su posición social y económica, manifestaban una
preocupación constante por la educación de la gente. No desaprovechaban la
oportunidad de hacer llamados y tomar iniciativas para que la población saliera
de la ignorancia que los había mantenido “embrutecidos” y “dominados” durante
300 años.
Y esa educación era urgente y necesaria para que los
mexicanos, los habitantes de una patria recién reconquistada, la defendieran y
con ella, el respeto y cumplimiento de sus derechos.
No importaba en qué bando estuvieran los ilustrados;
podían ser conservadores o liberales; iturbidistas o republicanos; centralistas
o federalistas… la preocupación era generalizada y se abocaban a ello a través,
en gran medida, de la palabra impresa. A través de publicaciones periódicas y
con motivos transparentes, expresos, manifestaban sus intenciones de contribuir
a la ilustración de los lectores como herramienta contra el despotismo y las
injusticias.
El contraste con lo que sucede hoy en día es
extraordinario. En el discurso la educación es prioritaria y bla bla bla, pero
no pasa de ahí. La situación con los maestros disidentes sigue siendo un
desastre; no resuelven el problema creado por el sistema en las normales
rurales; los planes de estudio están mal hechos; los esquemas de evaluación son
cambiados cada tanto tiempo una vez que se dan cuenta de su ineficiencia, de
manera que se reducen a la calidad de bandazos y la alteración de resultados es
una constante, así que al final de cuentas todo sigue igual o peor.
En 1821 (desde antes, pero partiré de esta fecha) los
ejemplos de que la educación de la gente era primordial son abundantes. La
Ilustración y sus principios se había instalado en una ciudad que, pese a la
guerra de 10 años (1810-1821), lejos de decaer había prosperado y disponía de
planteles de alto nivel como la Universidad de Guadalajara (Real y Literaria) y
el Seminario Conciliar desde donde se concebía a la educación como una
herramienta básica para llevar a la
nación hacia el lugar de privilegio que le correspondía en el concierto de las
naciones civilizadas.
Era el discurso de entonces con las palabras y las
expresiones de entonces; ideas y pretensiones que pueden sonar hoy cursis y
románticas pero que tenían un sentido auténtico, una intencionalidad clara y
transparente de superación. Eran los primeros años de la modernidad en un país
que reiniciaba su camino después de 300 años de dominación.
Decía que los ejemplos son abundantes pero me referiré
a uno dada la escasez de espacio. En una
nueva forma de organización de las élites de estudiantes, perfectamente
conducidos y orientados por mentores como Francisco Severo Maldonado, un personaje
que no ha sido suficientemente reconocido, por cierto, se creó la Sociedad
Guadalajarés de Amigos Deseosos de la Ilustración cuyo órgano de difusión fue
denominado La Estrella Polar de los
Amigos Deseosos de la Ilustración, precisamente. A quienes escribían en ese
papel se les conoció como los
“polares” durante muchos años, reconocidos como ilustrados y liberales y
denostados por el sector conservador que tenía su base en la curia tapatía. Un
fragmento (prometo volver al tema) de lo que escribieron entonces:
Después de haber
obtenido la América su emancipación, sólo resta a sus hijos procurar por todos
los medios posibles la felicidad de la Nación, completando de esta manera la
grande obra que emprendió el Héroe de Iguala. Para conseguir esto, es de
absoluta necesidad que todos trabajemos incesantemente en darnos una educación,
que corresponda al fin deseado, y de la que carecemos por la desidia o mejor
decir por la malicia de gobierno español, empeñado siempre en mantenernos en un
estado de ignorancia y barbarie, que nos hiciera incapaces de conocer los
imprescriptibles derechos que a todo hombre ha concedido la naturaleza.
Esto se publicó el 11 de agosto de 1822 en el primer número de La Estrella Polar... un periódico que sólo fue uno de los primeros de una larga lista de impresos que tenían el mismo objetivo: contribuir a la educación de la gente. Quizá algo así nos falta ahora, iniciativas personales, familiares, para cubrir las lagunas como mares de la instrucción pública de hoy en pleno siglo XXI, casi a 200 años de entonces; y con los mismos objetivos claro, porque de pronto hay grupos que lejos de sumar, restan; que en lugar de mejorar, empeoran y hay que tener cuidado.
Cabezal del periódico. El primer número apareció el 11 de agosto de 1822. |
Esto se publicó el 11 de agosto de 1822 en el primer número de La Estrella Polar... un periódico que sólo fue uno de los primeros de una larga lista de impresos que tenían el mismo objetivo: contribuir a la educación de la gente. Quizá algo así nos falta ahora, iniciativas personales, familiares, para cubrir las lagunas como mares de la instrucción pública de hoy en pleno siglo XXI, casi a 200 años de entonces; y con los mismos objetivos claro, porque de pronto hay grupos que lejos de sumar, restan; que en lugar de mejorar, empeoran y hay que tener cuidado.
Columna publicada en El Informador el sábado 10 de octubre de 2015.