Ciudad Adentro
Es difícil
explicar por qué se siente y resiente más lo que pasa en y con México desde
lejos. Cuando llegué a Madrid el 8 de septiembre, me recibió la noticia del
sismo en Oaxaca. Me alarmé, sí, pero seguramente sufría los efectos anestésicos
del famoso jet lag; establezco el
parámetro y la diferencia con el segundo. Fue en una zona de pobreza extrema,
marginada: Juchitán; se me aparecieron en un segundo las mujeres protagonistas
de un matriarcado inimaginable, poderosas, guerreras, fuertes, decididas… Mujeres
inconmensurables que conocí cuando cubría la Caravana zapatista a principios de
2001. No ha pasado tanto pero parece que es mucho y que se ha olvidado. Ojalá
que ellas y sus familias estén bien.
Las muestras de
solidaridad en cuanto conocían mi nacionalidad fueron inmediatas, cálidas. Me
sorprendieron primero. Hay un amor especial por México y los mexicanos, aunque
de pronto cueste trabajo creerlo. Es un interés y un conocimiento que emociona
y pone la piel de gallina. Se siente por dentro la solidaridad y la pesadumbre
por las desgracias en nuestro país, incluyendo los daños que causa a la gente
la clase política que tenemos.
A doce días del
sismo, cuando eran las ocho de la noche del otro lado del charco, volvió a
temblar en México. Lo saben, no tengo que decirlo, lo sufren y lo viven; cuando
me enteré dos horas después apenas se conocían generalidades de lo sucedido y
se ignoraba aún la magnitud plena de los daños y los muertos… La información
empezó a llegar y fue cuando sentí una combinación de emociones inéditas hasta
ese momento: preocupación, dolor, miedo, compasión, incertidumbre. Me dormí muy
tarde, no podía conciliar el sueño y quería saber más de lo que pasaba en mi
país. Me dormí un poco mientras en México seguían trabajando ya, de inmediato, la
gente, cientos de voluntarios, elementos de protección civil, en mover
escombros para salvar a personas atrapadas.
Fotografía: Alejandro Velázquez. |
A través de
redes sociales me he enterado de cómo se organizan para la ayuda, la gente,
reitero. La preocupación fue desplazada por una emoción profunda, parecía que
llegaba desde la tierra, cualquier tierra: la certeza de nuestra fuerza.
Solidaridad, entrega, fortaleza, aplomo, ingenio e inteligencia, compasión,
generosidad. Las manos de los mexicanos unidas en una misma tarea, una misma causa.
Nos necesitamos juntos, así funcionamos muy bien, que nadie se atreva a detener
ni reprimir las iniciativas y las acciones que nacen de la gente, del México
profundo, del México grande y poderoso que somos.
Desde lejos
también me entero de la mezquindad de la clase política y de las marrullerías
mediáticas. Qué vergüenza. Es evidente más que nunca la distancia entre la
sociedad mexicana grande, fuerte, sólida… y la clase gobernante abusiva,
huidiza, inservible e insensible. Las imágenes ridículas de un mandatario con
la señora pasando paquetes, el silencio de los políticos, las noticias falsas
para distraer…
Si me molesta
siempre la conducta negligente y prepotente de la clase política en México,
ahora me enerva: la pasada de paquetes, el manejo manipulador de Televisa del
caso “Frida Sofía” (en general la “cobertura” de las dos grandes televisoras
indigna); enterarme de cómo desde la autoridad se impide que llegue ayuda a los
lugares más afectados con casi la obligación de entregar todo en centros de acopio
para desde ahí controlar; enterarme también de los oídos sordos al clamor
ciudadano de destinar el presupuesto de los partidos políticos para los
damnificados…
Desde la
comodidad de sus mansiones no se percatan de lo que pasa en las calles, con la
gente; las repercusiones de los sismo las sufrirán sin duda alguna en 2018, el
único asunto que les preocupa en estos momentos, las elecciones, por eso están
callados. Si la clase política mexicana fuera otra, ya estaría trabajando en
leyes y decretos para agilizar la ayuda, para garantizar los recursos, para facilitar,
sin aspavientos, lo que les toca simplemente, ese trabajo que se hace por amor,
sin concesiones, sin condiciones, sin mezquindad ni marrullerías. Es mucho
pedir.
Desde lejos todo
se siente más y confirmo y reconfirmo cuánto amo a mi país y vivo y recibo el
amor que otros le tienen por su grandeza, su nobleza, su generosidad, su
alegría, su fuerza, su trabajo. Cuando tembló el 19, me lo dijeron, la gente
que ya me conocía aquí, pensó en mí, en la mexicana que acaban de conocer, en
si mis familiares estaban bien y qué había pasado en mi ciudad. Ese dolor
solidario conmueve y salva las distancias.
Columna publicada en El Informador el sábado 23 de septiembre de 2017.