Ciudad Adentro
La democracia en
México es una de las más precarias del mundo. Ya lo he dicho antes: vivimos en una democracia disfrazada de
autoritarismo, sin embargo, persisten los mecanismos propios de un sistema
democrático para la renovación de los gobernantes y, como todo, no son
perfectos, además de que constantemente se pretenden alterar, obviar, violar,
desdeñar y así.
Uno de los
grandes logros sociales luego de la “caída del
sistema” en 1988 fue la constitución de un órgano electoral autónomo y
ciudadano. El alumbramiento del Instituto Federal Electoral ciudadanizado fue
lento y complicado, pero llegamos a tener una de las entidades más sólidas y
confiables en la historia de México. Me refiero, claro, al IFE de José
Woldenberg.
Junto con el
IFE, la ingeniería electoral en México se fue modernizando y se empezaron a
dejar atrás las formas del fraude que el PRI construyó a lo largo de décadas
pero además se introdujeron estilos de hacer campaña totalmente ajenos a la
historia política mexicana, de manera que la combinación del ejemplo
estadunidense con nuestra idiosincrasia y el sistema político nacional han dado
como resultado los engendros que tenemos en materia de mercadotecnia electoral
por un lado y, por el otro, en el asunto de las encuestas.
La novedad nos
atrajo y nos atrapó como araña o como sirena; y caímos. El primer debate
presidencial en un sistema en donde todo era políticamente correcto y simulado,
sorprendió, emocionó y llevó a acariciar la esperanza (otra vez después de
1988) de que una realidad sin el PRI era posible: 1994. No nos equivocamos, era
posible, tanto, que el PRI operó con todo para evitarlo. Aquel año se llegó a
creer que el mejor en el debate sería el ganador de las elecciones, pero
después del 12 de mayo Fernández de Cevallos (PAN) desapareció de la escena, y
no por un cerco mediático (que claro que había) sino porque el mismo candidato hizo
mutis, en una decisión cuestionada aún ahora.
Después de ese
debate, los siguientes (en torno a los cuales, por cierto, cada vez hay menos
expectativas de usarlos como herramienta de apoyo para saber por quién votar)
han sido espectáculos unas veces tipo comedia barata y otras, ejemplo de guerra
sucia y violencia electoral, estilos muy convenientes para las televisoras que
van en busca de rating por morbo. Ya vimos cómo algunos candidatos son capaces
de mentir y tergiversar con tal de ganar, con la mayor desfachatez y cinismo. Quedan
en evidencia bajezas y falta de escrúpulos; a ver qué tienen preparado para
mañana.
La historia de
los debates políticos en México no llega a 25 años y la verdad es que tienen
fallas de origen: Zedillo, quien ganó las elecciones, fue el gran perdedor en
el debate; Fernández de Cevallos, el gran agresor y ganador del debate ¿para
qué? y Cuauhtémoc Cárdenas, el demócrata que prefirió hacer propuestas en lugar
de contestar agresiones y terminó arrepentido 20 años después.
Las encuestas
electorales son de un sexenio anterior, justo cuando ganó Cárdenas: 1988. No
estaban profesionalizadas ni eran fiscalizadas y/o vigiladas por la autoridad
electoral, pero los resultados de entonces fueron más acertados que los más
recientes, específicamente del año 2000 a la fecha. Recomiendo un artículo de Letras Libres con una breve historia de
las encuestas en México (aquí la liga: Breve historia de las encuestas) de Yamil
Nares, en donde queda clara la evolución que han registrado, con altibajos
marcados por la desconfianza. Sus desatinos han llevado a las casas
encuestadoras a reinventarse y lo que funciona ahora, más o menos, son las que
se dedican a “agregar” encuestas y emitir promedios y probabilidades, no
obstante, tampoco son, no deben ser, una herramienta para tomar decisiones
electorales. Puede ser cómodo para gente que no dispone de información
suficiente, que no se interesa por la política, que hace las cosas al aventón,
pero no es positivo, ni recomendable, ni responsable, porque con frecuencia se
manipulan resultados para orientar a los votantes o cómo se explica que en una
encuesta, entre el primero y el segundo lugar (y me refiero a la elección
presidencial) haya cinco puntos de diferencia y en otra, 20. Entonces, aguas
con las encuestas.
Estos mecanismos
que podrían ser útiles para un electorado harto, desinformado y confundido, no
están funcionando, porque aparte a ellos se suma la guerra sucia que persiste a
pesar de los llamados a pararla.
La invitación
aquí es a gestionar personalmente la información necesaria para tomar la mejor
decisión; contrastar fuentes, investigar, profundizar, reflexionar en
conciencia y estar seguros de que nuestro voto es nuestro. Es complicado, hay
que dedicarle tiempo, sí, pero creo que es lo menos que podemos hacer.
Columna publicada en El Informador el sábado 19 de mayo de 2018.