8 de agosto de 1999
Cuando se anunció que Sergio Pitol era el ganador del Premio de Literatura para América Latina y el Caribe
“Juan Rulfo” que se entrega en la Feria Internacional del Libro cada año, fui enviada por El Informador para entrevistarlo, a la ciudad de Jalapa. Era el año 1999. Para algunos, el último del siglo XX, un año especial.
Fue una oportunidad para conocer un poco de Jalapa y ¡qué belleza! Es una ciudad sombreada toda, húmeda, fresca. Hace más de 15 años desde entonces y el recuerdo es grato, no sólo del espacio urbano sino del personaje que motivó la visita.
La entrevista se publicó en El Informador el 8 de agosto de 1999 y está disponible en la Hemeroteca. La comparto hoy aquí a propósito de que el próximo 18 de marzo Sergio Pitol cumplirá años.
Sergio Pitol,
lo que es y lo que no
JALAPA.- Más repuesto de la emoción,
Sergio Pitol nos recibe en su hermosa casa de Jalapa. En otros tiempos, en
otros momentos, lo nervios han amenazado con traicionarlo, ahora no.
Lo fue al principio, cuando
temía volver a México; alguna vez en las primeras conferencias y cuando se vio
frente a la prensa ávida por conocer las primeras impresiones del Premio de
Literatura para América Latina y el Caribe “Juan Rulfo” 1999.
Pero para él, que es “...los
libros que ha leído, la pintura que ha visto, la música escuchada y olvidada,
las calles recorridas... su niñez, su familia, unos cuantos amigos, algunos
amores, bastantes fastidios. Uno es una suma mermada por infinitas restas”, no
es los premios que ha recibido: “uno no vive para ganar premios. Cuando llegan
son gratificantes, pero no lo hacen a uno como lo hacen los amigos, las
lecturas, la familia. Ganarse un premio tiene que ver con la calidad, con lo
que uno hace, no lo transforma a uno... espero que sea una experiencia no
transformadora, como son las otras, las místicas, las estéticas, las
religiosas”.
[...] para él, que es ...los libros que ha leído, la pintura que ha visto, la música escuchada y olvidada, las calles recorridas... su niñez, su familia, unos cuantos amigos, algunos amores, bastantes fastidios. Uno es una suma mermada por infinitas restas.
La entrevista fue más una
conversación. Le apetece hablar y aún se muestra sorprendido porque a menos de
una semana de haberse dado la noticia, seguía recibiendo llamadas del
extranjero para ser entrevistado; sí, el premio cada vez se cotiza más y día a
día adquiere mayor prestigio.
Con sus dos perros merodeando
por ahí –Sacho y Diana-- y ladrando con una potencia ensordecedora, hablamos de
Juan Rulfo más de lo previsto, él lo quiso así; de por qué estudió Derecho y la
influencia de un gran maestro en su destino; de la ciudad de México, que no es
ya la que conoció, vivió y disfrutó; de su entusiasmo por luchar por la lectura
“lo considero una causa nacional” y de sus preocupaciones por el país.
Chiapas no ha servido de lección
Cuando Chiapas, en algún momento
pensó en mejor irse a vivir a Italia o a España, pero no se fue.
Se quedó y no sólo eso, fue a
Chiapas, prometió volver y lo hizo. Hoy no sabe qué pasa, por lo pronto
responde: “parece que no ha servido de lección”, como deseó aquellos primeros
días de 1994: “Lo único que cabe esperar de estos diez ultraenigmáticos días
que hemos vivido, es que no sean olvidados, que sirvan de lección, que los consideren como el inicio de una
reflexión nacional, que los acerquen a la realidad, que se den cuenta de lo
lejos que estamos, por su culpa, de ese Primer Mundo en que ya creían vivir” (El
arte de la fuga, p. 298).
Pero no es Chiapas lo que en el
fondo le preocupa sino “esa conducta de los mexicanos de cerrar los ojos a los
problemas, no solamente en Chiapas, desde la independencia... venimos acarreado
numerosos problemas a los que no se da respuesta y cada vez se vuelven más
candentes. Habría que hacer un repaso a la historia de México y allí,
honestamente, sin dejarse llevar por intereses, sin caer en las trampas de los
intereses creados, ver los rezagos que en muchos niveles, en muchos asuntos, en
múltiples cuestiones han quedado” desde entonces hasta ahora.
Hay esperanzas: “Esa retórica
que se ha utilizado últimamente en torno a los problemas económicos y a la
situación general del país, es una retórica que se va convirtiendo para la
población en letra muerta. Los economistas del gobierno nos dicen que a partir
del proyecto neoliberal que se ha implantado en México, la situación del país
ha cambiado benéficamente... (pero) un ciudadano común y corriente como yo me
quedo asombrado: –porque viajo por el país con frecuencia— cada vez hay más
multimillonarios mientras la clase media se pulveriza, se descapitaliza y
aumenta también el número de mendigos, desesperados y delincuentes... es una
cuestión que no tiene visos de resolverse de un modo real... queda colgada en
las palabras, paralizada”.
Y de Chiapas “casi no sabemos
nada, la información regional se presenta con cuentagotas, pero en las pocas
veces que hemos visto programas en televisión o en los periódicos. nos hemos
enfrentado a una situación monstruosa, mucho más cruel de lo que es posible
imaginar... los desplazados, no puede haber cosa más monstruosa que esa. No,
parece que Chiapas no ha servido de lección”.
Por fortuna, continúa, hay
muchas cosas que han cambiado y se refiere a la competencia política, a los
nuevos partidos –ya son once—y a la incertidumbre que acompaña a las
democracias. Hace algunos años, recuerda, se sabía quién iba a ganar las
elecciones presidenciales aún antes de los comicios , ahora no y, entre otras
cosas, esto forma parte del cambio que se vive en México y permite abrigar
esperanzas.
Derecho y literatura
Sergio Pitol estudió Derecho en
la Universidad Nacional Autónoma de México y terminó, sin embargo, él mismo
reconoce que no tenía facultades visibles para el Derecho, no una vocación
precisa, y el pensamiento sobre Letras e Historia era vago aún.
En aquellos años, en Córdoba,
Veracruz, apenas conocía las distintas carreras universitarias. Era 1949 y las
únicas opciones parecían ser Derecho, Medicina e Ingeniería. Las dos últimas
fueron inmediatamente descartadas y “si yo quería escribir, lo más cercano era
Derecho”. En su casa lo encaminaron hacia esa carrera sobre todo porque,
considerando su incipiente atracción por las letras, creían que era ideal como
ruta hacia la Literatura. Otros lo habían hecho: Alfonso Reyes, José
Vasconcelos, Octavio Paz...
En Córdoba, muchos maestros de
literatura y poetas locales eran también abogados y notarios. Por eso estudió
Derecho y concluyó los estudios por una razón mayor.
No le pasó lo que a Jaime
Sabines con Medicina.
En las aulas de la facultad,
Pitol se encontró con una influencia determinante: su maestro, el doctor Manuel
de Pedrozo. Republicano, un español en el exilio que Pitol identifica como un
hombre nacido para enseñar, a la manera de Sócrates. Pedrozo había sido
diplomático –era conde, por lo demás— y las cátedras que impartía eran Teoría
del Estado y Derecho Internacional, pero al terminar las clases, unos pocos
interesados, entre ellos Sergio Pitol, Pedrozo conversaba sobre literatura, del
goce que leer le producía, sobre todo las letras alemana, francesa y española.
En ese grupo estaba también
Carlos Fuentes, y según el autor de El tañido de una flauta, era el
único que podía sostener un diálogo más rico con Pedrozo o preguntarle:
“Fuentes ya había estado en el extranjero”.
Por las tardes, durante dos o
tres años, Pitol asistía como oyente a la Facultad de Filosofía y Letras, la
escuela de los Mascarones, un lugar edénico, recuerda, pero no abandonó Derecho
por no dejar las conversaciones con Pedrozo,
que continuaron aun cuando habían concluido sus cursos. Todos los
sábados se reunían en el café Viena. Pedrozo despertó en el joven Sergio, la curiosidad primero, pero
después la necesidad por saber más, por devorar los libros, ir al teatro,
escuchar música, conocer algo de pintura y, al mismo tiempo, por disfrutar la
vida. Era otro México.
Pedrozo fue clave y Pitol se
sabe privilegiado. Terminó la carrera y el escritor en cierne siguió leyendo y
estudiando, cuando apareció en su vida Juan Rulfo.
Juan Rulfo, personaje sin tiempo
Aunque no lo dice, el premio que
recibirá en noviembre en Guadalajara, es significativo para Pitol por partida
doble. Primero, porque lleva el nombre del escritor jalisciense a quien admira
profundamente (hay una fotografía de Rulfo enmarcada y colgada en su estudio)
y, segundo, por el premio en sí, el reconocimiento, la satisfacción, la emoción,
el compromiso.
El primer cuento que hizo,
recuerda, tiene una marcada influencia de Juan Rulfo: Victorio Ferri cuenta
un cuento presenta un personaje afectado de sus facultades mentales, como
el Macario de Rulfo.
El contacto con el autor de El
llano en llamas, después, fue personal, pero esporádico y surrealista. Dice
Pitol que hablaba muy poco, era –como se sabe— de apariencia introvertida, pero
cuando decía algo, por lo general era para escandalizar.
Lo primero que le escuchó fue
precisamente un “monólogo surrealista” y feroz contra las sinfonolas, esos
aparatos del demonio que tenían a la gente enajenada. Bastaba alimentarlas con
una moneda y la música se empezaba a escuchar, nadie hablaba. Decía Rulfo que
esas cosas iban a terminar matando al lenguaje y a las conversaciones. En su
monólogo, Rulfo afirmaba que todas las sinfonolas deberían incautarse porque
estaban contaminando, destruyendo y pervirtiendo a los mexicanos.
Años después, Pitol y Rulfo
viajaron juntos a Europa, a Varsovia concretamente, habían sido invitados a un
encuentro de escritores de América Latina; y al poco tiempo coincidieron en
París.
Lo recuerda en casa de Bryce
Echenique, en donde se reunía el gran ejército de escritores latinoamericanos
que estaba en la Ciudad Lux y “parecía estar y no estar al mismo tiempo”,
ensimismado, taciturno, él se evadía. Sólo de vez en cuando soltaba alguna
frase que aturdía o sorprendía y los presentes no sabían cómo tomarla.
Cuando Juan Rulfo murió, Pitol
era embajador de México en Praga y al preguntarle cuál fue su reacción,
simplemente empezó a recordarlo en una librería de la ciudad de México que ya
no existe y en donde Rulfo tenía permanentemente reservado un lugar.
Ahí pasaban a saludarlo y a
Pitol le parecía “un personaje sin tiempo o estaba incorporado un tiempo
especial a él. Lo veía como si no hubiera transcurrido nada y la sensación, al
verlo, era de infinitud, de eternidad... cuando murió, sentí que era un
fenómeno natural, tan sin señales premonitorias, tan asombrosamente como llegó
a la literatura, su muerte parecía la muerte de una época, de una literatura,
porque a pesar de haber sido tan breve, la impronta, la huella de su escritura,
de su presencia en la vida, fue inmensa”.
Y sigue: “Antes de El llano en
llamas, se venía produciendo en México una literatura costumbrista bastante
aldeana, a veces folklórica que se arrogaba el papel de crónica absoluta de
nuestra nacionalidad. Era una literatura bastante desvencijada ya en los años
cincuenta, pero sus autores se consideraban figuras de suma importancia en el
país, como una élite sagrada que dictaba y exigía determinadas reglas a los
escritores. Todo lo que era diferente al universo que ellos retrataban lo
consideraban peligroso, antimexicano y antiviril.
“Cuando aparecieron los dos
libros de Rulfo se quedaron anonadados... ese lenguaje tan extraordinariamente
castigado, afinado, profundo, era la antítesis de una prosa blanduzca, sin
huesos, con efectos muy localistas que ellos manejaban en sus novelas. La obra
de Juan Rulfo los desconcertaba enormemente y no lo podían acusar de
indiferencia hacia la sociedad o las situaciones sociales del país”, no se le
podía considerar peligroso, ni antimexicano ni antiviril.
“Yo creo que el manejo del
idioma y de las estructuras les parecía demencial. Había caciques, atropellos,
injusticias en el campo y eso estaba bien, pero lo otro, el que los muertos
hablaran con los muertos y que de pronto no se supiera quiénes eran los vivos,
los escandalizaba y creían que la de Rulfo era una literatura perecedera” producto
de las modas dictadas en París”.
Ha pasado el tiempo y ahora la
obra de Rulfo está más viva que nunca “su profundidad es tal que cada
generación encuentra en ella nuevas motivaciones, nuevas formas de acercamiento
a la realidad, y, en cambio, toda la caterva de costumbristas ha muerto absolutamente”, los nombres de unos
cuantos aparecen en los libros de historia, simplemente como referencia de una
época “pero no se sostienen ya como literatura”.
Juan Rulfo –continúa Pitol—es
uno de los grandes clásicos de la lengua española y su obra, uno de los más
geniales testimonios de nuestra vida”.
Fomento a la lectura, una causa nacional
El autor de El arte de la
fuga quiso hablar de la ciudad de México que conoció y los cambios que
ahora lamenta, y en esta disertación, al referirse a todas las librerías que
han cerrado, Pitol ofrece un dato que se sabe de memoria: sólo superado por
Haití, México es el país de América en donde el nivel de lectura es más bajo.
Para el escritor veracruzano es
un misterio: “no he logrado explicarme y nadie lo ha hecho, porqué se produjo
este derrumbe en los índices de alfabetismo y en los de lectura. La respuesta
generalizada es que la televisión y otros medios audiovisuales produjeron este
fenómeno, pero ahí es donde me extraña el fenómeno, porque en otros países,
como Argentina, Colombia y Brasil que tienen igualmente una vida televisiva,
ésta no arrasó con la lectura”.
“Me parece importante que
luchemos por la lectura... lo considero una causa nacional al grado de que
asimilo la soberanía nacional y la vida democrática a una nación cultivada por
sus libros, por el culto a los libros”. Pitol habló entonces de la Feria
Internacional del Libro de Guadalajara como un oasis, uno de los que está
creciendo y ampliándose de manera muy importante. La FIL, dijo: “es una
invitación al resto del país para conservar nuestro patrimonio, mejorar la
calidad de vida intelectual y nuestro concepto de humanismo”.
Antes de esto, Pitol habló de la
ciudad de México y lo que en ella se ha perdido.
Llegó a la capital del país en
los años cincuenta y permaneció allí al empezar los sesenta. En el verano del
61 inició su peregrinar por Europa.
Los once primeros años que vivió
en la capital del país ésta no sufrió cambios significativos, no “visiblemente
aparatosos”, sin embargo, a lo largo de los casi treinta años que estuvo en el
extranjero con regresos esporádicos a la ciudad de México, cada vez que llegaba
se encontraba con una urbe diferente y cada vez más delirante “que pretendía a
veces, ser lo que no era; que se devoraba a sí misma, se mordía la cola y se
extendía hasta lo indecible, como si tuviera el propósito de abarcar todo el
país”.
Pitol regresó definitivamente en
1988 a su país y no logró acostumbrarse a la ciudad más grande del mundo “había
momentos en que no sabía en dónde estaba porque con el trazo de los ejes viales
demolieron cientos de kilómetros de fachadas, ésas que hacían a la ciudad
conocida. Ahora ya no existe ningún punto de referencia de los de antes”.
No le llevó mucho tiempo decidir
dejar la gran ciudad y trasladarse a Jalapa. No hay punto de comparación,
aunque añora la ciudad de México, la que era. Esa ciudad en donde se podían
recorrer grandes distancias caminando sin temor a un asalto o a estar expuesto
a la contaminación por horas.
Tomó la determinación de
alejarse porque además se sintió agraviado, él, que conoció la ciudad de antes
cuando supo que el centro de la ciudad se había transformado en centro
histórico: “aquellos lugares en donde uno hacia su vida diaria habían
desaparecido y al transformarse en centro histórico tenían una vida diferente:
calles asfaltadas, tomadas por los vendedores ambulantes... los grandes
comercios, las librerías, las tiendas de ropa y las zapaterías en donde uno
compraba sus cosas, se pasaron al sur, a Polanco.
Pero lo que más, más, más me
dolía era que ya no se podía (no se puede) caminar por la ciudad, era una
belleza caminar por ella y ver aquellos ríos de gente por Juárez y Reforma,
pero por la contaminación primero y más tarde por la delincuencia, la costumbre
desapareció, como no ha sucedido en Buenos Aires por ejemplo”.
México en los cincuenta, era una
ciudad intensamente activa en arte y cultura. Había otras teatrales fabulosas,
tanto las que se producían en México como las que traían las compañías
extranjeras que se presentaban por temporadas de Italia o de Inglaterra: “era
un agasajo”.
Desde su punto de vista, esa
intensa actividad artística y cultural ha disminuido, guardando las debidas
proporciones, y sin duda una prueba es la desaparición de decenas de librerías.
Entonces, recuerda Pitol, había librerías especializadas: francesas, italianas,
españolas, inglesas “no sé porqué razón se empobreció tanto nuestra vida en
este sentido”.
Es aquí cuando manifiesta su
preocupación por los bajos niveles de lectura en México y se pronuncia por el
fomento a la lectura como una causa nacional, por lo que tiene que ver con la
soberanía y con la democracia.
La entrevista se prolongó por
más de hora y media, el calor arreciaba y ya Sacho y Diana exigían atención.
Sergio Pitol, con calma pero ágil, se levantó del sillón donde estuvo todo el
tiempo y fue hasta la puerta, tranquilo, no como alguien cuya relación con la
literatura “ha sido visceral, excesiva y aún salvaje”, no como quien responde a
incitaciones para escribir; sí como aquel que sabe lo que es, lo que ha sido.
EL INFORMADOR/Laura Castro Golarte, enviada