El mundo podría acabarse mañana ¿y qué hacemos aquí? ¿Nos contentaremos con
ser testigos del fin de los tiempos? Tal vez hasta consideremos como un
privilegio ver cómo acaba todo, cómo acaba el hombre con el hombre, cómo acaba el
hombre con la Tierra…
De algún tiempo a esta parte me siento pesimista y normalmente no lo soy ¿estaré
acaso perdiendo la partida? Las noticias son terribles. No es para menos.
El fin de siglo se nos viene
encima ¿y por qué ver todo tan negro? Tal vez sea un mal que padecemos los que
nos toca en suerte vivir la conclusión de cien años, quién sabe; la situación
es que ahora no sólo se acaba un siglo, sino que termina además un milenio,
pero bueno, esto sí que es ver con pesimismo las cosas. ¿Por qué no pensar que
habrá renovación y cambio? Vamos a estrenar –si es que la muerte no dispone
otra cosa— el inicio de otros cien años, otros mil años ¿no es eso maravilloso?
He leído a José Emilio Pacheco como nunca… y me gustó y es extraño. Huyo
del pensamiento negativo y, sin embargo, no pude desprenderme de la lectura de
poemas y narraciones que son catástrofes, holocaustos y tormentas, apocalipsis
y muertes grandes y pequeñas, muertes temporales y definitivas. La lectura de
sus poemas de Fin de siglo me envolvió
y encontré que me gustaron, y me pregunté por qué me gustaron. Tal vez porque
soy amante de la verdad ¿será eso? ¿Serán verdades o mejor dicho, predicciones
las que escribe José Emilio en sus poemas de hace más de 30 años? Aún no nacía
y leer ahora Jardín de Niños por ejemplo (que es de hace menos), me transporta
a lugares comunes, basta con encender la televisión o leer cualquier periódico
para saber que se perfecciona el
exterminio; para estar de acuerdo en que
Somos
los peces de este ahora
que
velozmente se transforma en entonces.
Los
prisioneros, los reducidos a soñar un futuro
que
otros muchos soñaron y ya es este
presente
miserable
(1)
¿Cuándo escribiste ese poema José Emilio? (no es entrevista, aclaro) fue
ayer ¿verdad? Años, no, no puede ser, es que es lo mismo. O de qué otra manera podría ser el presente hoy sino miserable,
cuando, maldita sea, atendemos más la evolución de la paridad, cuando
aprendemos términos como banda de flotación, devaluación y tipo de cambio o
será ¿cambio de tipo? (¿habían pensado antes en lo extraño del término TIPO DE
CAMBIO?); cuando hacemos más caso del nerviosismo de los mercados que del
nuestro propio, que de nuestras propias inestabilidades, que de nuestros
constantes y cotidianos tipos de cambio… de humor.
De qué otra manera podría ser nuestro presente, si en cualquier momento las
pruebas nucleares podrían fallar. Nadie es perfecto y el mundo podría acabarse
mañana para todos o simplemente para la babosa, sin ánimo de ofender, que todos
o casi todos llevamos dentro, el paralelismo es increíble, es esa babosa que
En
su moroso edén de baba
proclama
que
andar por este mundo
significa
ir
dejando
pedazos
de uno mismo
en
el viaje…
Pobrecita
Es
tan supersticiosa
Teme
(justificadamente)
que
alguien
venga
y le eche sal
(2)
¿Qué hacemos aquí entonces? Muy sencillo.
Evadimos un fin inminente que quién sabe cómo será, pero
será fin de todas maneras y ¿qué hacemos mientras? Muchos hacemos cosas buenas
y agradables, y aquí pueden echar a volar la imaginación, hay muchas cosas que
son buenas y agradables, como estar aquí, y concentrar nuestra energía y
nuestra atención en algo que sí vale la pena, en algo que no hará sino
enriquecernos en este mar de pobrezas: rendir homenaje a un hombre que con todo
y el pesimismo de años, no sé si de toda su vida, está aquí.
José Emilio
Pacheco está aquí y sigue en pie y, estoy segura, no ha dejado de creer, no ha
dejado de tener esperanzas ni de pensar un futuro y un mundo mejor, uno no tan
negro, ni tan denso, ni tan asfixiante. Y que quizá no sea éste, pero creer es
lo importante. Tal vez todo sea una treta para atenuar un optimismo que por
exagerado, debe ser reprimido. O a lo mejor es resultado de un altruismo
inusitado: medicina para enfermos de optimismo, para obligarnos a pensar que lo
que nunca imaginamos o que no queríamos imaginar, puede ser verdad.
El caos es una presencia constante en la obra poética y
aun en la narrativa de José Emilio, es cierto, y también el mar. Eso me gustó
mucho más. La tierra y el agua se compenetran siempre, la tierra la absorbe, el
agua la nutre. Yo soy tierra y no sé qué tipo de relación tengo con el mar pero
sé que es eso que los psicólogos definen como obsesión. Sí, la tengo. Y no sé
si él la identifique de la misma manera, pero la encontré en sus libros.
Encontré playas, arenas, conchas, pulpos, olas, tormentas y un cangrejo
inmortal. Agua. Tierra y Agua; Agua y
Tierra, paisajes. Tierra inventada por el mar…
Alta
mar que se inclina cuando ofrece a la tierra
el
sacrificio de su oleaje
Verde
y azul y color de arena
es
la ola al romperse
En
su insaciedad
¿qué
palabra muda dice a la playa eternamente la espuma?
Podría ser amor, por qué no, todavía creo que el amor está vigente y que no
ha pasado al terreno de lo cursi, como para muchos… lamentablemente. Esto no es
tan negro, es hermoso.
Encontré el mar como un Idilio de
Irás y no volverás, con lo que no
tienen nada que ver las olas, que siempre vuelven.
Pero de pronto me sentí en la playa, cubierta por una fina brisa, tenía los
ojos cerrados y cuando desperté y con mis manos traté de limpiar lo que creí
que era sudor y agua salada, me encontré con las palmas rojas. Era el mar de
sangre que ni José Emilio ni nadie ha podido vaciar; era el infierno del mar…
Cuando haya muerto el mar no
tendremos oxígeno… el infierno del mar se adueñará de nosotros y… moriremos
boqueando como peces fuera del agua.
(3)
Prefiero el mar de las Costas que no
son mías:
Lo
que dice la arena al mar es acaso:
No
te serenes nunca. Tu belleza
es
tu absoluto desconsuelo
Si
alguna vez
encontraras
sosiego perderías
tu
condición de mar.
Si
te calmas
dejará
de fluir el tiempo
Escribo esto ante la imposibilidad de relatar alguna anécdota, pero no, no
es cierto, ahora que me acuerdo sí hay una: una breve llamada por teléfono
cuando José Emilio vino al homenaje a Enrique González Martínez; fue una
llamada para confirmar que no da entrevistas y para saber que la razón era que
hasta a su propia hija se la había negado. Ni hablar. Fue en esa misma llamada
cuando, sin ánimo de ser indiscreta lo juro, le di la primera noticia de que su
nombre sonaba como uno de los que podría recibir el homenaje del Premio "Fernando Benítez". Le dio
mucho gusto por supuesto y yo fui la primera sorprendida al saber que él no
sabía.
Intenté otra llamada, ahora a México, quería platicar con él sobre su discurso apocalíptico con los mexicanistas en el Franz Mayer, pero me encontré con el muro infranqueable de una voz femenina y, les aseguro, fue muy efectiva, no he vuelto a intentarlo.
Además del caos y el mar, hay otra constante en José Emilio Pacheco: su
labor incansable en pro del periodismo cultural, su trabajo de lustros por
ampliar sus espacios, por defenderlo, por ejercerlo dignamente. Más que el mar,
esa tarea me acerca mucho a José Emilio, la comprensión es inmediata porque
todos los días, contra viento y marea, ejerzo el periodismo cultural y es
difícil; es difícil porque es preciso luchar contra quienes lo menosprecian,
contra los indiferentes que no sé si es peor; contra los y las vedettes del
arte y la cultura; contra los prepotentes y contra los que quieren cortar a
todos los periodistas con la misma tijera. Es difícil sí, porque aquí la
cultura y sus espacios y manifestaciones son constantemente atacados desde
distintos frentes. Es difícil, pero vale la pena. Es cosa de insistir, como el
mar, que no deja de buscar a la tierra enemiga.
Creo en que el periodismo cultural nos puede acercar a una mejor
comprensión de nuestra realidad, de nuestro entorno. El periodismo cultural,
como especialidad periodística –sin entrar en polémicas con el significado de
cultura—puede ser el vehículo que nos ayude a interpretar mejor los
acontecimientos que nos agobian, que nos sofocan, porque implica aprendizaje,
alimento espiritual e intelectual, es reflejo de identidades y de la diversidad
de quienes formamos parte de este maravilloso país; y es ahora el gran pretexto
para estar aquí.
El mundo podría acabarse mañana, es cierto, pero antes… felicidades José
Emilio y gracias.
Nota: Texto de Laura Castro Golarte en el homenaje al escritor, poeta y
periodista cultural José Emilio Pacheco, en el marco del Premio de Periodismo
Cultural “Fernando Benítez” el 3 de diciembre de 1995 en la Feria Internacional
del Libro de Guadalajara.