sábado, 19 de abril de 2014

Compromiso por la paz

Ciudad adentro

LAURA CASTRO GOLARTE (lauracastro05@gmail.com)

Gabriel García Márquez era un hombre muy ocupado, especialmente desde que recibió el Premio Nobel en 1982. Aunque decía que no le gustaban las entrevistas y que por eso no las concedía, sí se dejó entrevistar en varias ocasiones y gracias a eso sabemos, por ejemplo, que él creía que la lengua española se defendía sola; que la fama casi le desbarata la vida, y que tenía serias preocupaciones (y dedicó parte de su vida y sus recursos a ello) por la calidad de la enseñanza del periodismo y, consecuentemente, por el ejercicio del “mejor oficio del mundo”.
Después del éxito de “Cien años de soledad” y el reconocimiento en Suecia, todo lo que escribía García Márquez se vendía como pan caliente, incluso lo que escribió antes y es (porque eso no muere), hoy por hoy, uno de los escritores –si no el que más— más leído en todo el mundo.
Protagonista de actividades literarias y académicas, era frecuente verlo en Guadalajara tanto en la Cátedra Julio Cortázar (que financiaban él y Carlos Fuentes) como en la Feria Internacional del Libro.
Dijo en aquella entrevista para el periódico “La Vanguardia” que la fama casi le desbarataba la vida y que perturbaba el sentido de la realidad, pero no rehuía actos públicos en donde era protagonista indiscutible y siempre invitado de honor. Esta presencia en medios de comunicación, más o menos frecuente y notable siempre, aun cuando ni siquiera pronunciara una palabra, molestaba a algunos. García Márquez era noticia siempre: su asistencia, una palabra, una sonrisa o un señal obscena; no se diga cuando presentaba un libro o cuando pronunció aquel polémico discurso en el Primer Congreso de la Lengua Española que fue en Zacatecas en 1997: “Botella al mar para el Dios de las palabras”.
Comparto aquí un fragmento: “La humanidad entrará en el tercer milenio bajo el imperio de las palabras. No es cierto que la imagen esté desplazándolas ni que pueda extinguirlas. Al contrario, está potenciándolas: nunca hubo en el mundo tantas palabras con tanto alcance, autoridad y albedrío como en la inmensa Babel de la vida actual. Palabras inventadas, maltratadas o sacralizadas por la prensa, por los libros desechables, por los carteles de publicidad; habladas y cantadas por la radio, la televisión, el cine, el teléfono, los altavoces públicos; gritadas a brocha gorda en las paredes de la calle o susurradas al oído en las penumbras del amor. No: el gran derrotado es el silencio”.



¿A dónde voy? Gabriel García Márquez tenía otra actividad, por decisión propia, por compromiso, de la que se sabía poco y lo que se sabía, por lo general, era por referencias de terceros: “observador” de procesos conflictivos en los que, en realidad, fungió como mediador o conciliador, por su apuesta e interés por la paz.
Observador fue la palabra que él utilizó para definir esa actividad en una entrevista que le concedió a un periodista novato, originario de Venezuela, Boris Muñoz (http://www.saladeprensa.org/art701.htm). De hecho, el reportero usó la palabra “mediador” y al mismo García Márquez le pareció un exceso así que lo corrigió de inmediato.
En junio de 1999, durante un curso de periodismo en la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano (creada por García Márquez, una de sus acciones a favor de la calidad en la enseñanza del periodismo), los asistentes tuvimos la suerte de coincidir con el Premio Nobel de Literatura. Casualmente, por esas fechas estaba de visita en Cartagena de Indias, porque como todos sabemos, su residencia la estableció en la Ciudad de México desde hacía muchos años.
Platicamos con él durante dos horas y fue ahí en donde tuve la primera noticia de su trabajo a favor de Colombia, cuando la violencia por el narcotráfico y los paramilitares había adquirido niveles alarmantes y aterradores. Él participó en sucesivas conversaciones con los actores de un lado y de otro; y sabemos que intervino también en el conflicto entre Estados Unidos y Cuba. Su compromiso era por la paz y tenía sus propias causas e intereses. Alguna vez la madre Teresa de Calcuta cuestionó a los intelectuales que se contentaban con su vida de privilegios pero que no aprovechaban sus posiciones para hacer algo a favor de la sociedad. Gabriel García Márquez sí lo hizo, sí era un intelectual con compromiso social y actuó en consecuencia, pese a que se le criticaba y cuestionaba por estar cerca del poder. Una vez, alguien le hizo una pregunta sobre eso y él contestó: “No, no es que yo quiera estar siempre cerca del poder; es el poder el que siempre quiere estar cerca de mi…”.

Publicado en El Informador el sábado 19 de abril de 2014.