Ciudad adentro
Yo no sé si se han fijado, pero de un tiempo a esta parte
he notado que desde el ámbito oficial, en el anterior sexenio y en el presente
(seguro desde antes, pero por lo pronto) se emite o difunde información vaga,
imprecisa, que por lo general despierta polémica, que divide a la sociedad, nos
separa; que radicaliza las posturas y las lleva a extremos irreconciliables,
que genera incertidumbre, miedo, desconfianza.
Los datos relativos a las reformas llamadas estructurales
por ejemplo, específicamente la energética: que bajarán los precios de la luz,
del gas y de los fertilizantes (y por ende, el campo producirá más, habrá más
alimento y mejores precios); que es una de las más grandes oportunidades para
México en los últimos años, que se crearán cientos de miles de nuevos empleos y
con mejores salarios.
Puras ambigüedades, ninguna certeza, sólo generalidades: una de las más grandes oportunidades.
Como esa, uf, me gustaría saber cuántas llevamos a lo largo de nuestra
historia, todas desaprovechadas, desperdiciadas u, oportunidades sí, pero sólo
para unos cuantos… oportunidades, no áreas de oportunidad (digo, de ese
significado se deriva la palabra “oportunista”).
La información contradictoria que nos mantiene
confundidos se da mucho en asuntos policíacos con una alta carga de elementos
distractores. Recuerdo, nada más para ilustrar una forma de operar de las
clases políticas, la serie House of Cards,
en donde, con periodistas a su servicio, es posible destruir la honra y el
prestigio de una persona, sembrar incertidumbre y acabar con su carrera (en el
mejor de los casos) o su vida (en el peor). Es posible, claro que lo es.
En las últimas semanas, dos casos ocuparon no sólo las
primeras planas y los encabezados de los noticieros de radio y televisión,
sobre todo uno, el de mamá Rosa. El otro es el de una doctora del IMSS en
Zamora que presuntamente fingió su secuestro. Sobre mamá Rosa los lectores
seguramente recordarán cómo se fue generando la información y luego cómo se
complicaron las cosas con la defensa que hicieron de ella algunos intelectuales
de gran prestigio como Jean Meyer, historiador; y la periodista Lydia Cacho. No
había vuelta de hoja: las pruebas y testimonios, las evidencias de los abusos,
de los excesos y de los daños –en muchos
casos irreversibles— a cientos de niños y de familias, al cabo de las semanas y
especialmente cuando por la ambigüedad de la información se profundizaba la
incertidumbre, no dejaron lugar a dudas.
Otros que dejaron dudas, y en algunos casos persisten,
tienen que ver con detenciones y asesinatos de narcotraficantes. O bien, lo que
pasó en Guadalajara en años anteriores y no muy lejanos: los famosísimos
narcobloqueos que “bloquearon” también a los funcionarios que no atinaron a
emitir declaraciones para ofrecer aunque fuera un poco de tranquilidad a la
gente sumida en el temor y la incertidumbre.
Son muchos los casos y seguramente el lector recordará
otros que, hoy por hoy, siguen como en una especie de limbo porque no se han
aclarado. Los emblemáticos más recientes son los asesinatos de Luis Donaldo
Colosio y del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo.
Vivir sin certezas con respecto a los ejemplos a los que
me acabo de referir, genera dudas, temor y desconfianza, no sólo en las
autoridades sino en nuestras propias percepciones. Y ese temor y esa
desconfianza se trasladan luego a otros espacios de nuestra vida cotidiana de
manera que llegamos a considerarlos normales. No esperamos otra cosa, vivimos
con miedo, dudamos de todo y cambia radicalmente nuestra actitud frente a los
asuntos personales, profesionales, familiares.
Esta forma de manejar la información debe cambiar, de
pronto hasta parece que es intencional, no lo sé, pero sí hace daño.
Necesitamos certezas.
Publicado en El Informador el sábado 16 de agosto de 2014.