Ciudad adentro
Conforme se acerca el día de las elecciones los ataques contra el candidato
puntero están más tupidos, han aumentado en cantidad porque los contrincantes
no han variado el discurso y la verdad, la impresión que dejan es que están
desesperados, dando patadas de ahogado y ya no hallan cómo hacerle, así que la
guerra sucia está a todo lo que da a ver qué tanto le pueden restar al que goza
de las preferencias electorales según casi todas las encuestas y sondeos.
Me estoy refiriendo a la elección de munícipes en Guadalajara, Jalisco,
México y creo que vale la pena hacer la puntualización porque, primero, habrá
elecciones en 17 entidades de la República, más la elección de diputados
federales. Y, segundo, se podría pensar que esta realidad que describo ampliamente
podría ser la misma de Nuevo León, Sonora, Campeche, Guerrero, Michoacán o de cualquiera
de los estados en donde los ciudadanos saldrán a votar el 7 de junio, dentro de
dos escasas semanas.
Cabe apuntar que en nueve entidades se votará además de por diputados y
munícipes, por gobernador y seguro esos comicios se llevarán los reflectores en
el contexto nacional y las elecciones nada más locales no serán tan
protagónicas, digo, hago el comentario porque en el caso de Jalisco, como
sociedad nos tocaría estar más que atentos a todo el proceso, ya sabemos cómo
se las gastan.
Y esta afirmación de “ya sabemos cómo se las gastan” es un conocimiento
aprendido a lo largo de décadas, desde hace más de un siglo, es más, casi dos,
desde que empezamos a experimentar procesos electorales como una nación independiente.
Justo el día de ayer se desarrolló una actividad académica titulada: “Prensa
y elecciones. Formas de hacer política en el México del siglo XIX” en el Centro
Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad de
Guadalajara, con la participación de cuatro académicas, tres de ellas coautoras
del libro que dio título a la actividad, Fausta Gantús, Alicia Salmerón y
Matilde Souto, y la cuarta, coordinadora de la mesa de discusión, Elisa
Cárdenas Ayala.
Pues bien, resulta que la guerra sucia de que ahora somos testigos y que
podríamos pensar que tiene de unos lustros a la fecha, desde que se empezó a
experimentar la alternancia en nuestro país, no es una práctica nueva. En este
libro por demás muy interesante y muy recomendable para saber cómo se las ha
gastado la clase política mexicana y desde cuándo, se incluye un caso que
revela cómo el diario El Debate en la
ciudad de México recurrió a un discurso “agresivo y descalificador” en las
elecciones de 1910, las de la Sucesión
presidencial de Francisco I. Madero y el activismo de Bernardo Reyes que
terminó en el exilio.
El Debate se convirtió
además de en un promotor incondicional y descarado de la fórmula Díaz-Corral,
en el denostador oficial de los opositores con un discurso “irónico y burlón” y
“un estilo […] capaz de generar miedos”. Acuérdense, estamos hablando del fin
del Porfirismo, de esa larga etapa de paz y estabilidad y desigualdad e
injusticias que forma parte de nuestra historia.
Reitero, muy interesante. Este artículo en particular fue escrito por
Gabriela Guerrero y la historiadora expone con lujo de detalles lo que hoy
podríamos identificar como política editorial de una prensa franca y
abiertamente militante; ideas y conceptos que muchos creíamos superados pero
que en este proceso electoral vemos que no, que sigue la mata dando, que igual
se recurre a la difamación, a la descalificación y a la siembra de dudas y
miedos… en todo el país y unos contra otros.
Como sociedad, como ciudadanos, con este conocimiento centenario, debemos
estar muy atentos y saber distinguir. Y sé que sí. Igual que la marrullería
electoral también está a la orden del día y es baja y burda, como esos spots en donde una mujer de edad
avanzada, dice que votará por el PRI porque si ganan otros a lo mejor no respetan
los apoyos. Esto no se vale, es una bajeza, saben bien a quién dirigir esos
promocionales… y es del PRI Jalisco para mayores señas.
No porque las malas prácticas político-electorales sean seculares quiere
decir que está bien que se mantengan y hasta se mejoren, deben erradicarse y
dejar al ciudadano que decida sin interferencias ni manipulación ni
marrullerías… No tendrían que recurrir a estas prácticas si cumplieran con su
trabajo. Y sí es posible romper patrones.
Publicada en El Informador el sábado 23 de mayo de 2015.