Ciudad Adentro
La arenga que
Miguel Hidalgo y Costilla pronunció la madrugada del 16 de Septiembre de 1810
en Dolores Hidalgo fue muchas cosas, menos un grito de Independencia como
entendemos la independencia hoy en día. Y claro que no estoy descubriendo el
hilo negro ni nada por el estilo. Durante décadas, los gobiernos de nuestra
nación, en ciernes siempre, han recurrido a una especie de reconstrucción
histórica para legitimarse y para despertar en las masas sentimiento de
identidad y conciencia nacional aun cuando ello haya implicado —y todavía—
omitir y tergiversar información.
Al paso del
tiempo y luego de cambios profundos en la manera de investigar, interpretar y
escribir la historia de México, se han desvanecido mitos y leyendas y se han
descubierto varias mentiras; y no es que todo sea perfecto actualmente, pero este
ejercicio de muchos historiadores y divulgadores de la historia ha sido básico,
fundamental para una nación joven, como somos, de manera que el conocimiento
histórico de que disponemos es —y cada vez
más— muy cercano a lo que sucedió realmente (persiste toda una discusión
historiográfica en esta materia, pero no alcanzaría este breve espacio para
profundizar en ella) con interpretaciones innovadoras, libres y honestas. Una
identidad o una conciencia nacional construidas sobre fantasías son endebles.
La arenga
textual del padre Hidalgo se desconoce; no hay una versión escrita de puño y
letra del cura de Dolores, así que hay muchas versiones y entre una y otra las
diferencias son evidentes, sin embargo, hay frases que aparecen siempre, por
ejemplo: “Viva Fernando VII”, “Viva la religión” y “Mueran los gachupines”. En
mi trabajo como historiadora, para la elaboración de un ensayo, me encontré con
un documento valiosísimo publicado en 1820 con lo que podría ser el contenido
más preciso del grito de Hidalgo:
“… el sermón impreso predicado en Guanajuato en 7 de
diciembre de 810 copia la sustancia de las proclamas sediciosas del Cura
Hidalgo en los términos siguientes: Americanos
oprimidos (decía este héroe de la impiedad), llegó ya el día suspirado de salir del cautiverio y romper las duras
cadenas con que nos hacían gemir los Gachupines: la España se ha perdido, los
Gachupines, por aquel odio con que nos aborrecen, han determinado degollar
inhumanamente a los Criollos, entregar este floridísimo reino a los franceses e
introducir en él las herejías: la Patria nos llama a su defensa: los derechos
inviolables de Fernando VII nos piden de justicia que le conservemos estos
preciosos dominios, y la Religión Santa que profesamos nos pide a gritos que
sacrifiquemos la vida antes que ver manchada su pureza. Hemos averiguado estas
verdades; hemos hallado e interceptado la correspondencia de los Gachupines con
Bonaparte: ¡Guerra eterna, pues, contra los Gachupines! Y para pública
manifestación de que defendemos una causa santa y justa, escogemos por nuestra
Patrona a María Santísima de Guadalupe: ¡Viva la América! ¡Viva Fernando VII!
¡Viva la Religión, y mueran los Gachupines!”.
Se trata de una nota a pie de página en una obra que
encontré en un repositorio digital de España y sinos atentemos a su contenido,
si acaso había una intención de independencia, era con respecto a las
autoridades peninsulares en la Nueva España (los Gachupines), no se pretendía dejar de ser súbditos del monarca
español.
Desde hace unos 40 años esta nueva perspectiva ha prevalecido
aunque, al parecer, sólo en el ámbito de los historiadores porque se sigue
repitiendo que el 16 de Septiembre de 1810 inició el movimiento que nos llevó a
emanciparnos del dominio hispano. No fue así exactamente y las precisiones son
importantes. A lo largo de una década de guerra, guerra civil de hecho, las
intenciones de los que ahora identificamos como insurgentes, mutaron: de una postura
autonomista que pretendía defender al rey, a la religión y mantener a la Nueva
España a salvo de los franceses, se transitó a una postura de separación de España.
No fue fácil, ni terso ni inmediato. Incluso en los documentos de la Consumación
no son claras las intenciones separatistas. Eso llegó poco después y con un
ímpetu desconcertante: la determinación general por impedir que los españoles
volvieran a sentar sus reales en tierras americanas fue clara y contundente.
Hidalgo nunca gritó “¡Viva México!” ni “¡Viva la
independencia!” pero año tras año en las “ceremonias del Grito” se repite como
si así hubiera sido.
Construir esta nación ha sido una tarea ardua, dolorosa,
sangrienta, violenta y, ciertamente, inacabada. La independencia tiene que ver
no sólo con sacudirse un poder extranjero, tiene que ver con todos y cada uno
de los integrantes de la nación, con usted y conmigo, con nuestros hijos; también
con nuestros miedos, valores y certezas, con nuestra nobleza y nuestra esencia
de pueblo pacífico y con nuestras ansias de libertad en toda la extensión del
concepto. Sólo en esa medida el grito trascenderá fechas y gobernantes y
surgirá de lo más profundo de esta patria maravillosa: “¡Viva México!”.
Columna publicada en El Informador el sábado 17 de septiembre de 2016.