Ciudad Adentro
Mañana es un día
diferente para la mitad de los electores de este país porque se espera que
salgan a votar en 13 entidades federativas por 12 gobernadores y servidores
públicos para más de mil 400 cargos entre regidurías y diputaciones, incluyendo
a los que serán los legisladores del Congreso constituyente de la Ciudad de
México.
La historia de
cada tres años se repite, puntualmente programada y diseñada, con algunos
cambios, si acaso, una disminución (esto es progresivo) del nivel en las
campañas de los candidatos y un aumento impresionante en los costos de los
procesos que se duplicaron con respecto al multimillonario gasto de hace seis
años, considerando que se trata de elecciones para gobernador. Este año, el
Instituto Nacional Electoral dispuso de un presupuesto que no se termina de
ejercer, falta la jornada electoral de mañana y otros gastos asociados, de ocho
mil 520 millones de pesos.
Para las
carencias que enfrentamos en México, urgentes todas, se trata de una cantidad
estratosférica que, pese a la oposición de diferentes organizaciones de la
sociedad civil y de la misma ciudadanía, lejos de reducirse en aras de la
austeridad y de la atención de áreas prioritarias en México como el abatimiento
de la pobreza, aumenta de manera exponencial y grotesca.
Ocho mil 520
millones para el sostenimiento de un aparato electoral con sus respectivas
jornadas, que poco o nada abona a la democracia en México. Todo el tinglado
político electoral, la parafernalia electorera, el discurso bofo de la fiesta
cívica y de la participación ciudadana son la farsa que se reitera cada tres y
cada seis años, sin un resultado que represente mejora o beneficio para los
votantes.
Es increíble que
un político polémico y ahora con mala fama comente y escriba que la democracia
en México es incipiente y se atreva a identificar como los tres más grandes
problemas en el país la corrupción, la impunidad y el crimen organizado. Y digo
increíble no porque no tenga razón, sino porque mientras ocupó cargos en la
Cámara de Diputados y en el Senado, lejos de hacer algo para combatirlos, muy
lejos, se integró al sistema pervertido de la política mexicana con una armonía
asombrosa. Ahora, desde la opulencia, cómodamente, critica lo que no fue capaz
de por lo menos intentar resolver porque los intereses personales estaban
primero.
Y del otro lado,
un funcionario de primer nivel se atreve a decir y hasta con tono de escándalo,
que estas elecciones han sido las más despiadadas,
que los partidos se extralimitaron (claro que no menciona al que él pertenece,
el mentor, maestro y guía de todos los demás), que él no entiende así la
democracia… El día que cerraron las campañas el secretario habló en estos
términos y deja en claro o que vive en otro país o que cree que todos los
mexicanos somos estúpidos.
Una vez más, y
no me cansaré de repetirlo, se vuelve a convocar a la ciudadanía a que acuda a
las urnas, a una ciudadanía cada día más harta y cansada; más desalentada y
apática, porque votar no sirve de nada; y si además se participa activamente de
manera individual o colectiva, organizada o no, tampoco sirve de nada. Esto es
lo que tiene que cambiar.
Las elecciones
deberían servir para algo. Para que lleguen al poder mexicanos dispuestos a
servir a la sociedad que los eligió, para resolver problemas, para impulsar
estrategias efectivas y transparentes, para desempeñarse con honestidad y
autenticidad, para corresponder al pueblo que paga impuestos y trabaja sin
parar. Para ese pueblo que ya no es tan fácil engañar.
Deberían tener
otro sentido, uno diferente al de simplemente mantener un sistema del que se
sirven con la cuchara grande unos pocos privilegiados, sentados sobre la base
de una burocracia ineficiente y conformista, abusada y abusiva.
Deberían servir
para renovar cuadros, para que las nuevas generaciones de políticos diseñen
políticas públicas que permanezcan vigentes, tanto como sea necesario, de
manera que se avance en las áreas con mayores rezagos. Para dejar atrás los
últimos lugares en educación y los primeros en corrupción. Tendrían que ganar
las elecciones políticos que con sus conductas y decisiones propicien estos
cambios. Sé que suena utópico, iluso, casi imposible, pero no podemos ni
debemos dejar de pensarlo, de desearlo, de soñarlo, a fuerza de insistir tal
vez, algún día…
Columna publicada en El Informador el sábado 4 de junio de 2016.