Ciudad Adentro
Cuando México se
estrenaba como nación independiente, desde antes de hecho, gracias a la
preocupación de ilustrados de la talla de Francisco Xavier Clavigero (así, con
g, es la ortografía correcta del apellido), se empezaron a promover cambios en
materia educativa y pedagógica. En aquellos años, y estamos hablando de fines
del siglo XVIII, sabios y eruditos trataba de lograr que la instrucción llegara
a las masas.
En las primeras
publicaciones tapatías, los escritores de los artículos, particularmente los
“polares” a los que he citado en columnas anteriores, expresaban la necesidad
urgente de que la gente se instruyera, que
saliera de las tinieblas de la ignorancia y se hiciera una con la nación que
estaba llamada a formar parte del grupo de naciones civilizadas del orbe.
El progreso era
la máxima aspiración, sueños de modernidad que persistieron (a la par que las
tradiciones más arraigadas) a lo largo del siglo XIX, con la educación como
bandera siempre, bajo un tono u otro. Entre los auténticos amantes de la nueva
nación no sólo se manifestaban las preocupaciones sino que se actuaba en
consecuencia y ahí tenemos a cinco grandes de Jalisco como Francisco Severo
Maldonado, Juan de Dios Cañedo, Prisciliano Sánchez, Mariano Otero y Tadeo
Ortiz de Ayala. No son los únicos, me refiero a ellos como los principales de
la primera mitad del siglo XIX y por las obras que dejaron para la posteridad.
Entre estos cinco está el editor de El
Despertador Americano (por cierto, el 20 de diciembre se cumplieron 206
años de la aparición del primer número), un diputado ante las Cortes de Cádiz
(Madrid), el primer gobernador de Jalisco autor del Pacto Federal del Anáhuac,
el coautor del derecho de amparo —aportación de México al mundo— y un individuo
que fue clave para México en los últimos años de la revolución que llevó a la
independencia ante otras naciones. El tema me apasiona y la verdad es que no me
quiero extender demasiado, pero sí apuntar datos ciertos del tiempo que hace
que ilustres mexicanos se han preocupado y ocupado por nuestra educación con la
certeza de que es la única manera de que el pueblo se integre, desarrolle un
sentido de pertenencia y de defensa de su patria y sus derechos.
Juan de Dios Cañedo. Imagen tomada de Esto pasó. |
Escribo esto
porque recién se dieron a conocer los resultados de la prueba Pisa que la OCDE
(Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) manda hacer. Nos
fue mal, muy mal. Y bueno, lamentablemente, es la realidad.
Sé que la prueba
es cuestionada porque sólo califica ciertos aspectos, sin embargo, los
resultados que arroja sí son representativos de la calidad educativa en los
países que estudia. Las materias que evalúa son Matemáticas, Ciencias y Lectura.
Básicas para el desarrollo de otras habilidades y para enfrentar el mercado
laboral diseñado además para reforzar precisamente esas áreas. Las
preocupaciones por impulsar otras capacidades y com-pe-ten-cias son apenas
recientes y las desigualdades entre países desarrollados y subdesarrollados
siguen siendo descomunales. Todos sabemos los intereses del gran capital (sí,
sé a qué sueno pero es cierto) para formar masas de obreros y empleados
capacitados para cumplir con ciertas tareas, logros, retos, metas y demás
parafernalia empresarial desarrollista y globalizadora de ganar/ganar y cosas
por el estilo, especialmente si esas masas viven en países pobres, América
Latina para no ir muy lejos, digo, aquí estamos.
Estos resultados
deberían ser un referente para cambiar las cosas, pero no ha funcionado así, al
menos no en México. De 2012 a 2015 México cayó varios lugares en las tres disciplinas
y de 70 se ubica en el lugar 58 en Ciencias; 55 en Lectura y 56 en Matemáticas;
es decir, de la mitad para abajo.
Lo peor de todo,
lo más desalentador, es que Aurelio Nuño, el titular de la SEP, lleva agua a su
molino y afirma que por eso es tan urgente la reforma educativa; claro, es
urgente una reforma educativa pero no la vigente ya obsoleta. A ver si se
animan y dan varios pasos más adelante; habría que salirse de las filas
globalizantes, emprender una reforma que sorprenda al mundo, que rompa esquemas
y patrones de atraso y mediocridad, que verdaderamente promueva el talento y la
creatividad que ya tenemos y que, como soñaban los ilustrados del XVIII y del
XIX nos lleve a estadios superiores de desarrollo y progreso, simplemente, para
vivir mejor, sin corrupción, sin atrasos, sin desigualdades, sin abusos, sin
egoísmo.
Mientras tanto y
por lo pronto, con todo mi cariño y los mejores deseos ¡Feliz Navidad!
Columna publicada el sábado 24 de diciembre de 2016.