lunes, 26 de diciembre de 2016

Sueños desde el siglo XVIII

Ciudad Adentro

LAURA CASTRO GOLARTE (lauracastro05@gmail.com)

Cuando México se estrenaba como nación independiente, desde antes de hecho, gracias a la preocupación de ilustrados de la talla de Francisco Xavier Clavigero (así, con g, es la ortografía correcta del apellido), se empezaron a promover cambios en materia educativa y pedagógica. En aquellos años, y estamos hablando de fines del siglo XVIII, sabios y eruditos trataba de lograr que la instrucción llegara a las masas.
En las primeras publicaciones tapatías, los escritores de los artículos, particularmente los “polares” a los que he citado en columnas anteriores, expresaban la necesidad urgente de que la gente se instruyera, que saliera de las tinieblas de la ignorancia y se hiciera una con la nación que estaba llamada a formar parte del grupo de naciones civilizadas del orbe.
El progreso era la máxima aspiración, sueños de modernidad que persistieron (a la par que las tradiciones más arraigadas) a lo largo del siglo XIX, con la educación como bandera siempre, bajo un tono u otro. Entre los auténticos amantes de la nueva nación no sólo se manifestaban las preocupaciones sino que se actuaba en consecuencia y ahí tenemos a cinco grandes de Jalisco como Francisco Severo Maldonado, Juan de Dios Cañedo, Prisciliano Sánchez, Mariano Otero y Tadeo Ortiz de Ayala. No son los únicos, me refiero a ellos como los principales de la primera mitad del siglo XIX y por las obras que dejaron para la posteridad. Entre estos cinco está el editor de El Despertador Americano (por cierto, el 20 de diciembre se cumplieron 206 años de la aparición del primer número), un diputado ante las Cortes de Cádiz (Madrid), el primer gobernador de Jalisco autor del Pacto Federal del Anáhuac, el coautor del derecho de amparo —aportación de México al mundo— y un individuo que fue clave para México en los últimos años de la revolución que llevó a la independencia ante otras naciones. El tema me apasiona y la verdad es que no me quiero extender demasiado, pero sí apuntar datos ciertos del tiempo que hace que ilustres mexicanos se han preocupado y ocupado por nuestra educación con la certeza de que es la única manera de que el pueblo se integre, desarrolle un sentido de pertenencia y de defensa de su patria y sus derechos.

Juan de Dios Cañedo. Imagen tomada de Esto pasó.

Escribo esto porque recién se dieron a conocer los resultados de la prueba Pisa que la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) manda hacer. Nos fue mal, muy mal. Y bueno, lamentablemente, es la realidad.
Sé que la prueba es cuestionada porque sólo califica ciertos aspectos, sin embargo, los resultados que arroja sí son representativos de la calidad educativa en los países que estudia. Las materias que evalúa son Matemáticas, Ciencias y Lectura. Básicas para el desarrollo de otras habilidades y para enfrentar el mercado laboral diseñado además para reforzar precisamente esas áreas. Las preocupaciones por impulsar otras capacidades y com-pe-ten-cias son apenas recientes y las desigualdades entre países desarrollados y subdesarrollados siguen siendo descomunales. Todos sabemos los intereses del gran capital (sí, sé a qué sueno pero es cierto) para formar masas de obreros y empleados capacitados para cumplir con ciertas tareas, logros, retos, metas y demás parafernalia empresarial desarrollista y globalizadora de ganar/ganar y cosas por el estilo, especialmente si esas masas viven en países pobres, América Latina para no ir muy lejos, digo, aquí estamos.
Estos resultados deberían ser un referente para cambiar las cosas, pero no ha funcionado así, al menos no en México. De 2012 a 2015 México cayó varios lugares en las tres disciplinas y de 70 se ubica en el lugar 58 en Ciencias; 55 en Lectura y 56 en Matemáticas; es decir, de la mitad para abajo.
Lo peor de todo, lo más desalentador, es que Aurelio Nuño, el titular de la SEP, lleva agua a su molino y afirma que por eso es tan urgente la reforma educativa; claro, es urgente una reforma educativa pero no la vigente ya obsoleta. A ver si se animan y dan varios pasos más adelante; habría que salirse de las filas globalizantes, emprender una reforma que sorprenda al mundo, que rompa esquemas y patrones de atraso y mediocridad, que verdaderamente promueva el talento y la creatividad que ya tenemos y que, como soñaban los ilustrados del XVIII y del XIX nos lleve a estadios superiores de desarrollo y progreso, simplemente, para vivir mejor, sin corrupción, sin atrasos, sin desigualdades, sin abusos, sin egoísmo.
Mientras tanto y por lo pronto, con todo mi cariño y los mejores deseos ¡Feliz Navidad!

Columna publicada el sábado 24 de diciembre de 2016.