Ciudad adentro
El Instituto Federal Electoral, el IFE, es hoy un
producto para la historia. Desde la ciudadanización en 1990, cuando los
mexicanos mayores de edad fueron insaculados para convertirse en funcionarios
de casilla, empezaron varios cambios que dieron como resultado uno de los
organismos más sólidos y prestigiosos ¡en el mundo!
Después de ese primero paso, para las elecciones de 1993
los integrantes pasaron por el mismo proceso de ciudadanización y todavía en
1996 se impulsó otra reforma que fortaleció a la institución y colocó a México,
en materia político-electoral, en un lugar preponderante en el concierto
mundial: todo indicaba que nos perfilábamos hacia la democracia y parecía todo
hermoso y perfecto. El punto transcendente de la reforma de 1996 fue que se dio
autonomía al instituto con relación al Ejecutivo.
Las elecciones de 1997 y más tarde, las del año 2000
terminaron por convencernos de que el IFE era la institución por excelencia y
que podíamos confiar plenamente después de un largo proceso de madurez y
maduración; en sucesivas encuestas elaboradas por diferentes empresas revelaban
los altísimos niveles de credibilidad y confianza que teníamos en el IFE. Aquel
Consejo General presidido por José Woldenberg en donde hasta los representantes
de los partidos políticos ante el organismo eran los mejores, hombres y mujeres
con una preparación que rallaba casi en la erudición en muchos casos, hizo
historia y fue ejemplo internacional, contratado incluso para asesorar y
vigilar procesos electorales en otros países.
Bueno, pues ese IFE en el que la ciudadanización fue un
éxito indiscutible los primeros años; el IFE que ponía un freno a las
pretensiones partidistas con argumentos y la ley en la mano; el IFE en el que
los consejeros electorales aunque ganaban mucho no ganaban tanto como ahora; el
IFE, el organizador de las elecciones del año 2000 cuando en México finalmente
experimentamos un cambio político… Ese IFE, ya no existe.
A fuerza de desprestigiarlo desde los mismos partidos
políticos elección tras elección y mediante injerencias, intervenciones
persistentes y modificaciones a la ley para meter mano y ejercer todo el
control en la institución que terminó siendo sólo de nombre “autónoma”,
acabaron (los partidos políticos) por convertirlo en un engendro peor que el
que era cuando el secretario de Gobernación era el presidente de la
institución.
El jueves, después de una serie de negociaciones, una vez
consumada la dizque reforma político-electoral urdida en esta administración,
la de Peña Nieto, los partidos políticos en el Poder Legislativo aprobaron el
nombramiento de 11 consejeros, los que desde ayer forman parte del Consejo
General del Instituto Nacional de Elecciones, INE, la nueva creación de la
clase política mexicana y en donde están plenamente identificados los
consejeros con los partidos políticos. Una vez más se repartieron por cuotas
las posiciones.
Titulé el comentario de hoy como “Regresión” sin embargo,
podría ser que por lo que respecta al INE es más de lo mismo, es más bien una
continuación o herencia de la descomposición que se sufría ya en el IFE.
Todavía hay dudas con respecto a cómo va a operar y
persiste los cuestionamientos con relación a la intervención que esa entidad
tendrá en los organismos de los estados en lo que para muchos es un atentado
contra el federalismo vía la centralización de una serie de acciones y
decisiones.
Poco margen, nulo de hecho, para albergar alguna
esperanza con relación a la actuación del nuevo instituto; y no es por el
prestigio o capacidad de sus integrantes. Todo parece indicar que son muy
buenos en la materia, pero luego los partidos políticos no los dejan trabajar y
ahí es en donde está el problema.
Publicado en El Informador el sábado 5 de abril de 2014.