miércoles, 10 de junio de 2020

Escribir desde el encierro


De estadísticas, mentiras, incertidumbre 

y nuevos discursos



María Rodríguez Batista


En el día 48 de la pandemia de Covid-19 (acrónimo del inglés coronavirus disease 2019), todo amanece aparentemente igual: en los noticieros cada facción arremete contra sus oponentes políticos, una cascada de cifras que hablan de camas hospitalarias, médicos, ventiladores, equipos de protección y sobre todo de muertos, causados por una fantasmagórica afección respiratoria aguda.
Dos meses antes, solo algunos enterados comentaban sobre la epidemia en China, del contagio inicial o contagio cero, registrado el último día del año viejo occidental de 2019 y que conforme a los pronósticos podría extenderse por el planeta y convertirse en pandemia.
El 29 de febrero del naciente 2020, el tema ya domina las comunicaciones de los mexicanos al registrarse el primer caso comprobado; el virus ya estaba en el país y en adelante se incrementarían los contagios de manera exponencial de no seguirse medidas rigurosas de distanciamiento social y autocuidados.
Google reportó 20 millones de consultas en un solo día sobre el nuevo padecimiento.
Impera una extraña sensación de acercamiento/distanciamiento al problema, gran número de personas pone en entredicho la existencia de la pandemia porque no conoce a alguien que haya padecido el famoso coronavirus, y hasta las autoridades se muestran escépticas sobre sus efectos; por otra parte, aunque en menor número, se denota ya el miedo instalado en las conversaciones.
El 23 de marzo se inicia la denominada “jornada nacional de sana distancia”. Para esas fechas el calor de la primavera empieza a intensificarse, un día luminoso no es el mejor escenario para detallar pandemias, está en discordancia con los sets cinematográficos en que se han recreado infinidad de enfermedades, guerras, catástrofes…, pero ya no hay mucho espacio para la duda, el virus llegó a estas tierras de América para completar su periplo desde China, pasando por Europa y azotando a su población, ensañándose con aquellos que rebasan el fatídico número de 65 años.
El mayor logro del siglo XX, el incremento de la esperanza de vida en 25 años, ese sueño de la humanidad de incrementar la longevidad, se estrelló con los efectos mortales de un pequeño virus de apenas 120 nanómetros (un milímetro equivale a un millón de nanómetros, nos aclararon los expertos).
Con el eslogan “quédate en casa”, más de la mitad de actividades productivas, de recreación, religiosas, educativas, se suspendieron de golpe. Difícil pasar del bullicio característico de los centros urbanos a los pocos ruidos callejeros que apenas interrumpen el soliloquio de millones de habitantes de grandes ciudades.
Ya recluidos en casa, todos sometidos a horas y horas de noticieros, con sus respectivos comentaristas, opinadores y “expertos”. Cualquier detalle, hasta los más banales pueden ocupar sus minutos de fama en las pantallas si al menos aportan un ángulo diferente al caudal de información que a esas horas ya ahoga a la audiencia.
En esas condiciones no es de extrañar que acapare la atención nacional un discurso que cada tarde a la misma hora presenta números diferentes y gráficas impecables en la voz de una compacta troupe de presentadores.
Una narrativa que hilvana su lógica aludiendo a lo ya conocido por la audiencia a través de películas, series, novelas, …y hasta por sus cursos elementales de estadística en la preparatoria.
La obra inicia a las 19 y termina a las 20 horas en punto.
Se trata de una representación en el sentido clásico de la palabra: un guion que ayuda a ordenar las ideas dispersas y nombra procesos hasta ese momento segmentados o conocidos solamente al nivel de sensaciones o intuiciones. También aparece un protagonista que introduce el tema del día, da la voz a otros actores secundarios y al final dialoga con el público.
Ese público está conformado por reporteros de algunos medios impresos y digitales que preguntan obviedades de manera machacona o que definitivamente se convierten en la voz de otros de sus colegas ausentes que otean desde sus ventanas cibernéticas y presurosos elaboran sus columnas acusando al actor principal de mentir sistemáticamente.
Cada capítulo tiene una apertura y un cierre, y en el desarrollo siempre hay una explicación para cualquier interrogante, en el mismo tono mesurado, e invariablemente se deja un enigma para resolver el o los días subsecuentes.
Para el día 40 de la pandemia el actor principal ya acumulaba acusaciones de mentiroso contumaz, de falsear la realidad para quedar bien con su público que para esa fecha ya se contaba por millones, de acuerdo a las vistas que reportaban las diversas plataformas.
Sin discurso alternativo, los periodistas y hasta los antecesores burocráticos del actor principal, solo oponen invectivas e insultos tratando de desvirtuar el guion dominante.
El amplio público que ve la representación cada tarde, la disfruta y asume sus postulados, como en otros tiempos, en pandemias semejantes se recurría a otros rituales para exorcizar el mal. 
Al principio de la pandemia una polifonía de voces expertas alertaba sobre inminentes peligros y consecuencias recurriendo a comparaciones con eventos previos e incluso echando mano de la literatura religiosa o esotérica.   
Esas explicaciones comenzaron a perder terreno por subestimar un contexto social muy distinto de aquel 1918 en que la pandemia de influenza española diezmó a la población mundial.
Ahora, las condiciones son distintas: una población alfabetizada al menos con nueve años de escolaridad, que son considerables si se les compara con el analfabetismo del 90 por ciento de los habitantes del México revolucionario. La población del año 2020 está familiarizada con números y gráficas a las que identifica con cierto conocimiento “científico”, además de un amplio background de series, películas, narraciones de ciencia ficción que rápidamente la ponen en sintonía con predicciones, por absurdas que estas puedan ser.
Al desplazamiento del dogma religioso también ha abonado ese intruso que fue la televisión a partir de los años 60 y que ahora ha multiplicado sus tentáculos a través de internet, teléfonos inteligentes, tabletas, etc.
Aunque prevalece la gran duda acerca del conocimiento adquirido a través de artilugios científicos como la estadística, lo cierto es que la provocadora pregunta del biólogo Cereijido, que en los años 80 del siglo pasado se cuestionaba acerca del por qué la gente confiaba más en los santos que en los investigadores, parece ir redireccionándose hacia el crecimiento de la confianza en la tecnocracia a costa del poder de la teocracia. 
De aquellos retablos marianos poco queda: unas disminuidas plegarias colectivas, los lugares de culto cerrados sin protestas de los feligreses, tal vez el rosario de la abuela, alguna estampita pegada detrás de la puerta con una letra apenas legible de la oración “San Jorge bendito amarra tus animalitos…”, o algún meme que menciona bendiciones que se han vuelto tan comunes en los saludos cibernéticos que ya parecen haber perdido su eficacia de anatemas contra el mal.

"San Jorge bendito amarra a tus animalitos...".
Estas fechas de recogimiento involuntario no logran revestirse de la magia de antiguas prácticas de reclusión, aislamiento o reflexión y tampoco transfigurarse en oportunidades de redención.
La charla doméstica es más bien una serie de monosílabos por estar cada uno ocupado en sus redes sociales o pequeñas risas por el efecto de algún meme.
En esa segmentación de los vínculos emerge y se posiciona un discurso estructurado con resabios de escuela antigua y de jóvenes aplicados, que llena los vacíos que durante el día estuvieron rondando en las breves interacciones domésticas: el aumento en la cifra de muertos por la epidemia, las dudas acerca de la saturación de hospitales, la resistencia de los vecinos a permanecer en sus casas o a guardar la “sana distancia” y por supuesto las preguntas escatológicas sobre las cremaciones, el negocio de las funerarias, los ataques a los trabajadores de la salud.
Vuelve a aparecer la imagen del médico ideal: afable, sabelotodo, comprensivo, limpísimo, educado, tolerante y dispuesto a responder a todas las dudas… incluso las que nunca surgirán en tu cerebro.
Introduce nuevos términos en el lenguaje cotidiano: aplanamiento de la curva, incidencia médica, comorbilidades...
Pero la incertidumbre no se deja domar, va y viene por la casa, es la compañía obligada en las salidas a la tienda o a la farmacia y sigue a la búsqueda de un soporte del cual afianzarse durante los largos meses que se avizoran antes de encontrar la cura. ¿Hacia dónde vamos?, a donde López Gatell nos indique, o la OMS, o mejor Bill Gates, no mejor la elección en Estados Unidos…
Mientras tanto, a revisar la despensa por enésima vez para cerciorarse si falta papel sanitario o cloro, o tal vez gel sanitizante y tener un buen pretexto para salir al supermercado…, a seguir en el celular y en la computadora... Y tal vez, mañana empecemos a pensar que hacer con la vida cuando regrese la “nueva” normalidad.

Mayo 2020