Ciudad adentro
Hace apenas dos años (más o menos) terminó la gestión de
Felipe Calderón como Presidente de México en medio de serios cuestionamientos
dentro y fuera del país, porque la guerra que
emprendió contra el crimen organizado dejó una estela de sangre y muerte
contra civiles y “falsos positivos” que perdieron la vida en la muy cómoda
clasificación de “daños colaterales”.
Más de 70 mil muertos que se sumaron a los miles de las
administraciones anteriores (aunque nunca tantos en tan poco tiempo por
circunstancias similares) y a los miles de desaparecidos por diferentes causas
en una realidad lacerante que, dolorosamente continúa.
Podríamos decir que no ha habido tregua en realidad
contando de la administración de Felipe Calderón a la fecha. Muertos y
desaparecidos, muertos y desaparecidos, muertos y desaparecidos. Sin tregua y
sin una nota, un matiz, una señal o un signo de que será diferente a partir de
hoy, de que habrá justicia y de que realmente se combatirá con éxito la
impunidad. Al contrario.
La información se oculta, se raciona, se tergiversa, se
manipula y, ajenos a la verdad, en medio de un mar de incertidumbre y datos contrastantes,
de dolores que provocan reacciones diversas, la sociedad se divide en un
proceso que también genera desencuentros muy dolorosos porque se diluye el
impacto y el esfuerzo de los mexicanos ávidos de justicia y de información
verídica y confiable.
El padre Solalinde lanzó una bomba que luego fue
malinterpretada. Él es un hombre de bien y se comprometió a no declarar nada
más y ofreció disculpas a quien correspondía. Pero esa bomba cimbró al Estado
mexicano que seguía pasmado y por lo menos atinó a tomar algunas decisiones,
aunque, debo decir, excesivas y circenses algunas como destinar a 10 mil
elementos a la búsqueda de los 43 jóvenes cuando además hay 56 personas
detenidas y se dispone de información para la práctica y evolución de las
pesquisas.
Qué huecas suenan, a más de un mes de distancia y con los
antecedentes de impunidad, palabras como “voluntad”, “todo el peso de la ley”,
“toda la fuerza del Estado”, “todo nuestro empeño”...
Los padres de los muchachos no le mandaron decir al
Presidente que no confiaban en él. Lo plantearon directamente y solicitaron la
intervención de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos además de
exponer otras condiciones.
La tormenta de Ayotzinapa no termina. Están anunciadas y
programadas marchas y paros en todo el país la próxima semana porque la
sociedad civil que ha tomado las calles no quita el dedo del renglón y mantiene
la demanda “vivos se los llevaron, vivos los queremos”. Solicitudes de firmas a
través de redes sociales se multiplican y más de tres mil académicos de todas
las nacionalidades como Noam Chomsky y Umberto Eco se han sumado al clamor por
la aparición de los 43 muchachos.
Sin tregua, porque en estos días, otra vez en el Estado
de México el Ejército presuntamente asesinó a cinco civiles que ni siquiera estaban
detenidos, en el Cerro de la Culebra, en una información apenas preliminar y
ambigua como siempre.
Sin tregua, por el terror de unos niños de preescolar que
no habían terminado su desfile por las calles de Cuajinicuilapa, Guerrero,
cuando fueron testigos de un tiroteo mientras la angustia se apoderaba de ellos
porque no sabían si sus papás estaban vivos o muertos.
Sin tregua, porque mientras estos dolores laceran a miles
de mexicanos a lo largo y ancho del país, la clase política se sirve con la cuchara
grande con el proyecto de ley de ingresos, hace planes para las próximas
elecciones y se alista para disfrutar de sus vacaciones decembrinas con sus
bonos, sus aguinaldos y sus sueldazos.
Publicado en El Informador el sábado 1 de noviembre de 2014.