Ciudad adentro
La construcción del Sistema electoral mexicano ha llevado
décadas. Es, hoy por hoy, uno de los más complicados, barrocos de hecho, de
todo el mundo. Un sistema creado con base en la práctica y conocimiento
profundo de cómo opera el macrosistema del que forma parte, el político; de
manera que su diseño, sus entramados, cimientos, trabes, vigas y columnas;
ladrillos y enjarres, sótanos y no sé cuántos pisos ya, responden a la forma a
la que en México se hace política y que ha merecido análisis, investigaciones y
estudios de académicos del más alto nivel de diferentes países. Se ha tomado
como ejemplo para bien y para mal.
Pues bien, así de complejo como es, más o menos ha
funcionado. Cada tres años se hacen ajustes porque el mismo sistema se las
ingenia para violar las leyes –sin que parezca--, de romper acuerdos, de
saltarse las trancas y/o de pasarse las normas por el arco del triunfo (como se
dice vulgarmente, pero aplica perfecto).
Ya lo sabemos. Cada tres años se requiere una reforma
político electoral “de gran calado” para cubrir las lagunas que quedan al
descubierto elección tras elección y para fortalecer-consolidar-perfeccionar-mejorar
la tan llevada y traída democracia.
Hace 20 años, poco más, el Instituto Federal Electoral
surgió como resultado de movimientos sociales que era preciso reflejar en los
marcos legales y en los instrumentos de y para la democracia en México. Fue
fundado contra las simulaciones, los fraudes electorales, por la urgencia de la
equidad y de la transparencia, de la legalidad, principios rectores del
organismo.
Operó con niveles de excelencia desde su fundación hasta
que concluyeron su trabajo como consejeros electorales, todos los que
estuvieron bajo la presidencia de José Woldenberg. Pero funcionaba tan bien con
respecto a valores y principios democráticos y ciudadanos, que los partidos no
pudieron tolerarlo y de Luis Carlos Ugalde para acá, salvo honrosísimas
excepciones, la labor de los consejeros electorales se reduce al mandato de los
partidos que hacen y deshacen con leyes que eran ejemplares y verdaderos logros
en este sistema político. Con sueldazos y súper prestaciones a los consejeros
electorales, en general, no les ha costado trabajo sentarse en una silla sin
mayor compromiso que cobrar sus quincenas religiosamente, sus viáticos y
aguinaldos entre otros bonos y beneficios que no pueden desdeñar.
Hasta ahora, cuando recién estrenada como presidenta del
IFE, María Marván y los demás consejeros, emitieron un comunicado, pero hasta
ayer, para anotar puntualmente y con energía todas las omisiones,
incongruencias e inconsistencias de la reforma político electoral que, tal vez,
ahora mientras lee esta columna, haya sido ya re-aprobada en el Senado una vez
que la recibieron de regreso de la Cámara revisora.
Es un comunicado (la regla es que sean breves) de ¡diez
cuartillas! en donde se puntualiza una serie de aspectos de forma y fondo que
tendrían que ser tomados en cuenta considerado que están planteados por
expertos en materia electoral.
Dudo mucho que los legisladores que representan a sus
partidos y no a los mexicanos atiendan las observaciones del IFE (las puede
consultar en esta liga: http://www.ife.org.mx/portal/site/ifev2/menuitem.92faac40ea85399517bed910d08600a0/?vgnextoid=a223672f90c6b310VgnVCM1000000c68000aRCRD) –sólo el cambio de nombre representa un retroceso— pero
después de leerlas, si los senadores no hacen los cambios y ajustes
pertinentes, urgentes, necesarios, el resultado será un engendro monstruoso
tipo kaiju (ver “Titanes del
Pacífico” de Guillermo del Toro) pero este, a diferencia de los del cineasta,
invencible.
Publicado en El Informador el sábado 7 de diciembre de 2013.