martes, 15 de mayo de 2012

Crónicas de ayer


Jóvenes estudiantes… los destinatarios de la Cátedra

Laura Castro Golarte

* García Márquez y Carlos Fuentes arrancaron ovaciones
* Si es por América Latina, tenía que ser Julio Cortázar
* Invitados: Manuel Álvarez Bravo, José Luis Cuevas y Sergio de Castro

Ni en las sesiones más polémicas del Consejo General Universitario en la Universidad de Guadalajara, el Paraninfo Enrique Díaz de León había estado tan lleno como el jueves pasado durante la inauguración de la Cátedra Julio Cortázar.
Intelectuales, estudiantes, alguno que otro snob, funcionarios, empresarios y reporteros, nos dimos cita ahí para ver y escuchar a Carlos Fuentes y a Gabriel García Márquez (aunque éste al final de cuentas no habló), porque reuniones de esta naturaleza no se dan todos los días, y menos en Guadalajara que, con todo y que es una gran ciudad, sufre todavía los efectos del centralismo.
La intervención de Carlos Fuentes fue magistral. Fue una semblanza de Julio Cortázar, pero no cualquier semblanza; fue algo diferente, tal vez porque estuvo basada en su relación personal como amigos y escritores, prácticamente de la misma generación.
Fuentes habló desde el momento mismo en que lo conoció (que fue sin conocerlo) y después cuando se vieron en París y el escritor mexicano creyó que quien lo recibía era hijo de Cortázar y no el mismo Cortázar: “pibe ¿está tu papá?” y entonces el pibe contestó: “soy yo”.
La ceremonia de inauguración de la Cátedra empezó a tiempo y antes de cualquier cosa: presentaciones o discursos, el público empezó a aplaudir con estridencia y los dos escritores: Premio Príncipe de Asturias y Nobel de Literatura, un poco sorprendidos, no atinaron más que a alzar los brazos y agradecer el reconocimiento a su trabajo literario e intelectual de los más destacados de América Latina y el mundo.
Dos hombres que no sólo se han dedicado a cosechar glorias, sino que trabajan todos los días, sujetos a una disciplina férrea que, por si fuera poco, les permite ejercer influencia en otros ámbitos de la vida política, social y hasta económica de varios países.
Famosas son las declaraciones de tipo político de Carlos Fuentes. El mismo jueves hablaba de acelerar la agenda democrática en México y deseaba que este sexenio terminara bien; García Márquez, por su parte, preocupado también por cuestiones políticas que atañen a su país, se interesa en la actualización de periodistas que ya son buenos, pero pueden ser mejores con la preparación adecuada. Después de la presentación que hizo el rector general de la Universidad de Guadalajara y miembro del Comité Técnico de la Cátedra, Raúl Padilla López, hizo uso del micrófono Carlos Fuentes, acostumbrado a hablar en público y, por eso mismo, objeto de una “mala jugada” años ha, que perpetraron “Gabo” (García Márquez) y el mismo Julio Cortázar: “Che Carlos, a ti no te cuesta hablar en público, hacelo por Latinoamérica” y mientras ellos dos se divertían con Milán Kundera, Fuentes peroraba ante una multitud de obreros metalúrgicos del otro lado de la que era la Cortina de Hierro.
Lo conoció antes de conocerlo porque colaboró en una revista que hacía con varios intelectuales y escritores, entre ellos uno de Jalisco: Emanuel Carballo, en donde también, por cierto, participó García Márquez con “Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo”.
En aquellos años, Fuentes tuvo la oportunidad de leer un manuscrito de Cortázar, que sin embargo nunca publicó y era la descripción del cadáver de una mujer, enterrado con todos los honores en la Av. 9 de Julio de Buenos Aires y desde donde, en ondas concéntricas, despedía peste y misterio.
Cortázar, dijo el autor de “La muerte de Artemio Cruz”, se reservó un poco de misterio para él mismo y, reflexionó: “cuántas páginas magistrales se reservó para él mismo, cuántas rompió, cuántas quemó…” cuántas que nunca leeremos.
Lo recordó también cuando después de haber presentado su primera novela “La región más transparente”, recibió una carta de felicitación de Cortázar, hablándole todavía “de usted” y con el que ansiaba “romper el turrón”.
Carlos Fuentes hizo gala de su poder de descripción. Se pulió en la del escritor argentino cuando al fin lo conoció en persona en París, junto a una mujer diminuta y eficiente: Aurora Bernárdez y después de subir escaleras bajando. “Verlo por primera vez fue una sorpresa”. Creyó que era un muchacho de 20 años, su hijo sin duda. Fue en 1960, y lo que más llamó la atención de Fuentes, fueron sus ojos, largos, los más largos que haya visto nunca quizá; con una mirada de gato sagrado desesperado por ver… y es que su mirada era muy grande; tenía que ser así para que pudiera abarcar la realidad que él veía.
Fueron amigos y nació entre ellos un gran respeto, resultado sin duda de sus diferencias, principalmente en lo político; pero estaba bien, eso fue en gran medida lo que dio fortaleza a su relación.
Fuentes lo llamó alguna vez “el Bolívar de la novela latinoamericana” y se refirió a una, Rayuela, en donde expuso miserias y grandezas, deudas y oportunidades… no ausentes de humor, porque Cortázar es impensable sin ese elemento.
Cuando Cortázar murió, dijo Fuentes para terminar, “una parte de nuestro espejo se quebró y todos vimos la noche bocarriba” aunque tal vez, como dijera entonces García Márquez a raíz de la muerte del escritor: “Seguramente no es más que una exageración de los periódicos”, porque en realidad Cortázar “está aquí en Guadalajara, invisible sólo para los que no tienen fe en los cronopios”.

Crónica publicada en El Informador el viernes 14 de octubre de 1994.