Jóvenes estudiantes… los destinatarios de la Cátedra
Laura Castro Golarte
* García Márquez y Carlos Fuentes arrancaron ovaciones
* Si es por América Latina, tenía que ser Julio Cortázar
* Invitados: Manuel Álvarez Bravo, José Luis Cuevas y Sergio de Castro
Ni en las sesiones más polémicas del Consejo General Universitario en la
Universidad de Guadalajara, el Paraninfo Enrique Díaz de León había estado tan
lleno como el jueves pasado durante la inauguración de la Cátedra Julio
Cortázar.
Intelectuales, estudiantes, alguno que otro snob, funcionarios, empresarios
y reporteros, nos dimos cita ahí para ver y escuchar a Carlos Fuentes y a
Gabriel García Márquez (aunque éste al final de cuentas no habló), porque
reuniones de esta naturaleza no se dan todos los días, y menos en Guadalajara
que, con todo y que es una gran ciudad, sufre todavía los efectos del
centralismo.
La intervención de Carlos Fuentes fue magistral. Fue una semblanza de Julio
Cortázar, pero no cualquier semblanza; fue algo diferente, tal vez porque
estuvo basada en su relación personal como amigos y escritores, prácticamente
de la misma generación.
Fuentes habló desde el momento mismo en que lo conoció (que fue sin
conocerlo) y después cuando se vieron en París y el escritor mexicano creyó que
quien lo recibía era hijo de Cortázar y no el mismo Cortázar: “pibe ¿está tu
papá?” y entonces el pibe contestó: “soy yo”.
La ceremonia de inauguración de la Cátedra empezó a tiempo y antes de cualquier
cosa: presentaciones o discursos, el público empezó a aplaudir con estridencia
y los dos escritores: Premio Príncipe de Asturias y Nobel de Literatura, un
poco sorprendidos, no atinaron más que a alzar los brazos y agradecer el
reconocimiento a su trabajo literario e intelectual de los más destacados de
América Latina y el mundo.
Dos hombres que no sólo se han dedicado a cosechar glorias, sino que
trabajan todos los días, sujetos a una disciplina férrea que, por si fuera
poco, les permite ejercer influencia en otros ámbitos de la vida política, social
y hasta económica de varios países.
Famosas son las declaraciones de tipo político de Carlos Fuentes. El mismo
jueves hablaba de acelerar la agenda democrática en México y deseaba que este
sexenio terminara bien; García Márquez, por su parte, preocupado también por
cuestiones políticas que atañen a su país, se interesa en la actualización de
periodistas que ya son buenos, pero pueden ser mejores con la preparación
adecuada. Después de la presentación que hizo el rector general de la
Universidad de Guadalajara y miembro del Comité Técnico de la Cátedra, Raúl Padilla
López, hizo uso del micrófono Carlos Fuentes, acostumbrado a hablar en público
y, por eso mismo, objeto de una “mala jugada” años ha, que perpetraron “Gabo”
(García Márquez) y el mismo Julio Cortázar: “Che Carlos, a ti no te cuesta
hablar en público, hacelo por Latinoamérica” y mientras ellos dos se divertían
con Milán Kundera, Fuentes peroraba ante una multitud de obreros metalúrgicos
del otro lado de la que era la Cortina de Hierro.
Lo conoció antes de conocerlo porque colaboró en una revista que hacía con
varios intelectuales y escritores, entre ellos uno de Jalisco: Emanuel
Carballo, en donde también, por cierto, participó García Márquez con “Monólogo
de Isabel viendo llover en Macondo”.
En aquellos años, Fuentes tuvo la oportunidad de leer un manuscrito de
Cortázar, que sin embargo nunca publicó y era la descripción del cadáver de una
mujer, enterrado con todos los honores en la Av. 9 de Julio de Buenos Aires y
desde donde, en ondas concéntricas, despedía peste y misterio.
Cortázar, dijo el autor de “La muerte de Artemio Cruz”, se reservó un poco
de misterio para él mismo y, reflexionó: “cuántas páginas magistrales se reservó
para él mismo, cuántas rompió, cuántas quemó…” cuántas que nunca leeremos.
Lo recordó también cuando después de haber presentado su primera novela “La
región más transparente”, recibió una carta de felicitación de Cortázar,
hablándole todavía “de usted” y con el que ansiaba “romper el turrón”.
Carlos Fuentes hizo gala de su poder de descripción. Se pulió en la del
escritor argentino cuando al fin lo conoció en persona en París, junto a una
mujer diminuta y eficiente: Aurora Bernárdez y después de subir escaleras
bajando. “Verlo por primera vez fue una sorpresa”. Creyó que era un muchacho de
20 años, su hijo sin duda. Fue en 1960, y lo que más llamó la atención de
Fuentes, fueron sus ojos, largos, los más largos que haya visto nunca quizá;
con una mirada de gato sagrado desesperado por ver… y es que su mirada era muy
grande; tenía que ser así para que pudiera abarcar la realidad que él veía.
Fueron amigos y nació entre ellos un gran respeto, resultado sin duda de
sus diferencias, principalmente en lo político; pero estaba bien, eso fue en
gran medida lo que dio fortaleza a su relación.
Fuentes lo llamó alguna vez “el Bolívar de la novela latinoamericana” y se
refirió a una, Rayuela, en donde
expuso miserias y grandezas, deudas y oportunidades… no ausentes de humor,
porque Cortázar es impensable sin ese elemento.
Cuando Cortázar murió, dijo Fuentes para terminar, “una parte de nuestro
espejo se quebró y todos vimos la noche bocarriba” aunque tal vez, como dijera
entonces García Márquez a raíz de la muerte del escritor: “Seguramente no es
más que una exageración de los periódicos”, porque en realidad Cortázar “está
aquí en Guadalajara, invisible sólo para los que no tienen fe en los cronopios”.
Crónica publicada en El Informador
el viernes 14 de octubre de 1994.